El mar es engañoso. Si uno está al borde de la playa, la masa azul plateada extiende la vista con placidez hacia un horizonte que por vasto parece prometedor. La espuma que retrocede acaricia la arena con cierta ternura, pero cada tanto las olas se alzan desafiantes y estrellan un rizo violento contra la playa. Estoy en Mazatlán concluyendo la cátedra Ramón Rubín de cuento.
Esta es la segunda etapa porque la primera empezó hace un mes, cuando los enfrentamientos sangrientos entre los grupos delincuenciales se desplegaron por las calles de Culiacán. Ajustes de cuentas entre uno y otro grupo con firmas macabras de sombreros o cajas de pizza en la capital de Sinaloa, un amenazante síntoma en un país que poco a poco ha sido tomado por el narco y que el Estado no ha querido enfrentar. Desde chilangolandia la realidad a veces se mira por televisión, tiene cierta cualidad virtual cuando nos asomamos a los videos en las redes, cuando escuchamos las voces de quienes nos acercan la noticia o la leemos en el periódico. Pero quienes viven en Sinaloa la padecen en carne propia. Mis anfitriones de El Colegio de Sinaloa no han podido desplazarse desde Culiacán, algunos inscritos a la cátedra tampoco han podido asistir. De alguna manera, los ciudadanos de Culiacán y pueblos aledaños están secuestrados. No existe la libertad cuando se pone en juego la vida. Es un privilegio, como dijo la poeta mazatleca Ana Belén López Pulido, que mientras todo ello sucede imparable, nosotros nos atrincheramos en la palabra escrita. Desde la Casa Haas y la galería del Teatro Ángela Peralta encontramos en la altura estética de lo literario y la profundidad de sus aguas, una boya para respirar y para congraciarnos con lo humano.
Resulta paradójico que en uno de los estados del país con más apoyo al arte, la vida cotidiana esté al rojo vivo. En Sinaloa, la danza ha sido pródiga en la formación de artistas contemporáneos, la ópera ha dado voces internacionales, la Sociedad Artística Sinaloense apuesta por la escena teatral y musical con producciones de alta calidad, el jardín botánico de Culiacán ha maridado la botánica con la escultura de vanguardia. En el campo de las letras, el propio Ramón Rubín, un destacado cuentista mazatleco, dio al paisaje y los hombres del río y del mar, un lugar en la escena literaria, lo mismo que Dámaso Murúa, Gilberto Owen y Enrique González Rojo fueron poetas destacados del grupo de los Contemporáneos, Inés Arredondo, sutil y honda cuentista. Los narradores y poetas destacan defendiendo en la universalidad de su creación literaria la identidad local como Élmer Mendoza, ocupado también en divulgar la obra de los escritores contemporáneos y formar escritores, lo mismo que el poeta Jesús Ramón Ibarra. Juan José Rodríguez, Aleyda Rojo y Melly Peraza, así como autores más recientes, Karina Castillo y Julio Zataraín escriben desde Mazatlán; Alfonso Orejel en Los Mochis, conocido por su obra para niños y jóvenes; Ernestina Yepiz como una voz femenina interesante y muchos más; avecindados en la Ciudad de México destacan el poeta Jaime Labastida, Mario Bojórquez, con quien compartí el Premio Letras de Sinaloa el año pasado.
No creo equivocarme si afirmo que Sinaloa es uno de los estados del país con más premios literarios: El Gilberto Owen, que un año se da a poesía y otro a cuento; el Premio Mazatlán para obra publicada, el Premio Letras de Sinaloa, el Premio Valladolid para novela corta y, recientemente, el Inés Arredondo para escritoras mayores de 55 años. Sinaloa demuestra su vocación de apoyo a la literatura donde nuestros sueños, memoria, búsquedas forjan una identidad, una luz de bengala en el oscuro cielo de la sinrazón.