El Evangelio de este domingo es parte de una composición más amplia de Mateo: el discurso apostólico. Este es el segundo de los cinco discursos de Jesús en que Mateo organiza su Evangelio. Se trata, por tanto, de instrucciones que Jesús da a sus discípulos para la misión. La instrucción tres veces repetida es esta: "No temáis".
Jesús prevé que los poderes de esta tierra tratarán de silenciar su palabra. Por eso después de exhortar a sus discípulos por primera vez a no temerles, agrega: "Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse". La previsión de Jesús se cumplió, pues el primer obstáculo que encontraron los apóstoles fue la severa prohibición de las autoridades judías de hablar en el nombre de Cristo. Pero ellos, obedeciendo la instrucción de Jesús, no les temieron, como se deduce de la acusación que el sumo sacerdote formula contra ellos ante el tribunal judío: "Os prohibimos severamente enseñar en ese nombre; y sin embargo vosotros habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza...". En ese caso Pedro y los apóstoles respondieron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5,28-29). Estaban cumpliendo el mandato de Jesús: "Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados".
Jesús prevé que ellos serán condenados a muerte a causa del mensaje que anuncian. Por eso los exhorta por segunda vez a no temer: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma". El Imperio Romano, que ha sido el más totalitario de los gobiernos que conoce la historia, trató de detener la difusión del cristianismo decretando la muerte de quienes se declararan cristianos. Pero se encontró con algo no previsto: que los cristianos no temían la muerte corporal y que cuanto más se los perseguía más se difundían. Observando este fenómeno se acuñó esta frase: "La sangre de los mártires es semilla de cristianos".
Por último Jesús exhorta a no temer, porque nuestra vida está enteramente en las manos de Dios, a quien llama "vuestro Padre", y nadie muere sino cuando él lo decreta. Jesús afirma que ni siquiera un pajarillo de escaso valor -dos de ellos se venden por una monedita- cae en tierra sin el consentimiento de Dios, y asegura: "No temáis; vosotros valéis más que muchos pajarillos". Y para que nadie piense que Dios no se ocupa de él o que puede sustraerse a la atención de Dios, Jesús asegura también: "En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados". No se puede expresar una dependencia mayor.
Hoy día se enseña poco el "temor de Dios". Es cierto que el primer mandamiento es "amar a Dios", pero sin perder la noción de quién es él y quién soy yo. Jesús enseña abiertamente: "Temed a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en el fuego eterno". Los sabios del pueblo de Dios enseñaban: "El temor del Señor es el principio de la sabiduría" (Prov 1,7). "Corona de la sabiduría el temor del Señor" (Sir 1,18). "El temor del Señor sobresale por encima de todo; el que lo posee, ¿a quién es comparable?" (Sir 25,11). Carecía de este temor aquel que no pensaba sino en disfrutar y pasarlo bien por muchos años. Por eso Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma" (Lc 12,20).