Mayo es el mes de María, es un tiempo de la Iglesia en el que reflexionamos sobre nuestra relación con la madre de Jesús.
Jesús quiso que supiéramos que su madre era nuestra madre. Esa fue una de sus últimas enseñanzas, que expresó con las palabras que pronunció desde la cruz: “He ahí a tu madre”.
Nosotros necesitamos que nuestra Santísima Madre María nos ayude a comprender el hermoso misterio de nuestra vida en Cristo.
Jesús asumió nuestra humanidad en el seno de la Virgen María. Y nosotros podemos llamarlo Hijo del Hombre porque Él es el Hijo de María.
A medida que nosotros vamos intentando vivir verdaderamente como hijos e hijas de Dios, hemos de entender que, como Jesús, también nosotros somos hijos de María.
El maestro espiritual del siglo XX, el Beato Columba Marmion, dijo: “Tenemos que imitar a Jesús en todas las cosas. El Verbo Eterno eligió a María como su madre y de igual modo nosotros deberíamos elegirla como nuestra madre y tener una devoción filial hacia ella”.
Este es un hermoso consejo. Todos nosotros tenemos que encontrar diferentes maneras de crecer en nuestro amor por María.
El Beato Marmion solía consagrarse a María todas las mañanas después de recibir la Comunión. Sabiendo que Jesús estaba con él en la Sagrada Eucaristía, él oraba de la siguiente manera: “¡He aquí a tu Hijo! Oh Virgen María, soy tu hijo… acéptame como a hijo tuyo, tal como aceptaste a Jesús”.
Y como todos los santos, el Beato Marmión tuvo una profunda devoción al rosario.
El rosario es la oración de los santos. A través de esta oración, seguimos el ejemplo de Jesús, quien nos enseñó que a menos que nos convirtamos en niños pequeños, no podemos entrar en el reino de los cielos.
Durante este mes de mayo, intentemos redescubrir el poder del rosario.
El objetivo de nuestra vida es seguir a Jesús e irnos haciendo más semejantes a Él. Y cuando rezamos el rosario, nos unimos a nuestra Santísima Madre volviendo nuestros ojos, con amorosa atención, hacia Jesús, hacia los misterios de su vida, hacia los misterios que revelan el significado de nuestra propia vida.
Algunas personas objetan que el rosario es repetitivo. Pero eso es parte de su belleza y de su poder.
Cuando observamos los patrones que sigue la naturaleza: el canto de un pájaro, las poderosas olas del océano, la salida y la puesta del sol, vemos que el orden de la creación de Dios está todo hecho de repetición. Los patrones se repiten, día tras día. Nuestra propia vida depende de la repetición de los latidos de nuestro corazón, de la inhalación y expiración en nuestra respiración.
Cuando rezamos el rosario no estamos solamente repitiendo palabras vacías con nuestros labios. El rosario es una oración del corazón, una oración contemplativa.
Para mí, el rosario es como la “Oración de Jesús” que tantos cristianos rezan, repitiendo las palabras del Evangelio: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí, que soy un pecador”.
El rosario es también una oración bíblica. En el Ave María, estamos repitiendo las palabras de un ángel; palabras que trajeron como consecuencia la Encarnación, palabras que nos invitan a unir nuestra vida al misterio del plan de salvación de Dios.
Al orar con nuestros labios, nuestra mente y nuestro corazón entran en un ritmo que nos permite meditar en los misterios de la vida de Cristo, tal y como ésta es vista a través de los ojos de su madre.
Las escenas que van pasando ante nosotros en los misterios gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos, son escenas que María vio con sus propios ojos.
En el rosario, estamos aprendiendo a mirar a Jesús del mismo modo en que María lo miró a Él, es decir, con admiración, con amor. Los evangelios nos dicen que María “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
El rosario es una oración de recuerdo, en la cual conservamos vivo el recuerdo de las palabras de Jesús y su ejemplo, meditando estos misterios hasta que llegan a llenar y a moldear nuestro propio corazón.
A través los misterios gozosos de Jesús, aprendemos su humildad. A través de sus misterios luminosos, compartimos su celo por llevar la luz de Dios al mundo. A través de sus misterios dolorosos, aprendemos que el amor requiere sacrificio. A través de sus misterios gloriosos, nuestra esperanza confiada del cielo crece.
Cada década del rosario empieza con la oración que Jesús nos enseñó, con la oración de los hijos de Dios. Y esta oración abre nuestros corazones al plan de nuestro Padre, a su amorosa voluntad para nuestra vida.
En el corazón del rosario están las palabras de María en el banquete de bodas de Caná, en el segundo misterio luminoso: “Hagan lo que Él les diga”. Encontramos este mismo espíritu en el corazón del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad”.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Y en este hermoso mes de mayo, pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a crecer en nuestro amor por ella y en nuestro deseo de vivir como hijos de Dios.