La muerte de una divinidad
Carlos A. Ponzio de León
Dejé la bicicleta anclada en la estación de Old Champion Street. Caminé al Swift, en Soho, mirando la arquitectura de ladrillos de color rojo oscuro. Deseaba sentarme solo, en la barra, y para ello no requería una reservación. El mánager me esperaba todos los lunes a las nueve de la noche porque ahí escribía mi Poesía de Poeta Torturado. Cargaba con una mochila en la espalda, como si llevara en ella el futuro de la humanidad: es decir, sin cuidado de lo que sucediera, (Dios y la Reina nos protegían). Lo único que realmente me importaba era la libreta donde escribía a mano. Un objeto artístico que permanecería en esta tierra incluso hasta que el último de Los Consiliari permaneciera en la tierra, hacia el fin de los tiempos.
Había escuchado sobre Los Consiliari en una reunión secreta de la comunidad, luego de una misa celebrada en la Abadía de Westminster. A diferencia del grupo de Los Iluminati, que existieron hace 250 años y fueron revividos ficticiamente en un par de películas taquilleras de hace algunos años: el grupo de Los Consiliari eran una realidad: eran más que una sociedad secreta capaz de incendiar el mundo; mucho más que simples agentes del Demiurgo: se trataba de un grupo privilegiado, mitad ángeles y mitad humanos, dentro de la raza más secreta de Dios. No del pueblo con el que tanto gusta divertirse, sino que eran parte de una aristocracia intelectualmente poderosa en la tierra. Expertos en el uso de armas y las artes marciales ocultas. Sabedores del misterio que se ha mantenido encubierto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado hasta ahora y dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe y al único sabio Dios, para su gloria: (Romanos 16: 25-27). Un grupo como entristecido, más siempre gozoso; como pobres, más enriqueciendo al mundo; como no teniendo nada, más poseyéndolo todo: (2 Corintios 6: 10).
Tomé asiento en la barra del Swift y observé al grupo que tocaba jazz en el escenario. Un cuarteto de melenudos de ojos color verde. Pensé en lo tanto que deseaba tocar el saxofón para ser capaz de unirme en ese momento a las armonías de séptimas y novenas que se escuchaban en las bocinas. Un rebaño de notas que estremecían todo mi cuerpo, de la cabeza hasta las piernas, en una especia de orgasmo religioso que intentaba seguir la pauta de la batería, o bien los acordes sincopados del pianista.
Los Consiliari eran un secreto y misterio incluso en Londres, donde el grupo había nacido en 1973, luego del conflicto de Yom Kipur de Israel: lectura de un arribo, de un vuelo de pájaro que aterriza, el tigre que se divierte compartiendo los juguetes con sus dinosaurios y la espera de su largo rugido (Taylor Swift: Robin). Un acercamiento a la celebración de 50 músicos. Un nuevo fuego. El anuncio desatado. Dos galaxias que colisionan. Religiones que se reconcilian o bien, se las lleva la chingada. Así y asá.
Los dados están cargados: de pólvora, plomo y estúpida política. Satanás ha comenzado a gobernar. Los huevos son de acero; las gallinas, de plástico que se quemará. El grupo de jazz tomó un descanso. "It´s All Wrong, but It´s All Right", (Dolly Parton), en las bocinas.
Esta vez, en lugar de escribir en la barra del Swift, llegué a esperar a uno de los Consiliari. Sabía que había aproximadamente quinientos de ellos distribuidos alrededor del mundo. El barman no tardó en servirme un whiskey irlandés y un tarro de Pale Ale. De las bocinas del lugar comenzó a escucharse una canción en español, que no era más que una traducción de una pieza originalmente interpretada por Frank Sinatra. ("A mi manera", con Gipsy Kings).
"¿Tú eres Tom?", escuché decir detrás de mí a una voz rasposa y tranquila como el vaivén bajo de las olas. Resultó ser un tipo de cabello cano y gris quien parecía, a la vez, una piltrafa de conocimientos secretos: "El último de todos los amores; el loco que nunca te olvidó", (Joan Sebastian: Veinticinco rosas). Lo acompañaba una chica al menos treinta años menor que él, en minifalda entallada y amplio escote. Tomaron asiento a mi derecha.
Un simple acto, una palabra, una conmoción, algo que detuviera la bola de fuego: era lo que esperaba. Pero no fue así. El hombre dijo: "Es su juego, son sus reglas, somos los juguetes". De las bocinas comenzó a escucharse otra canción en español: "El Rey", de José Alfredo Jiménez, interpretada por Luis Miguel, en vivo.
"No llegará una divinidad", le dije. "A la gente no le importa el sufrimiento de un dios; ustedes deben saber bien eso". (Holding Johnson, "Victoria").
Con los días contados
Olga de León González
La hormiguita había planeado este viaje hacía muchas lunas y soles. Estaba cansada de sus propios límites. Necesitaba renovarse o morir en el intento, no le importaba que esto último sucediese de no poder hacer el viaje tanto tiempo anhelado y planeado con su amigo el elefantito azul y otros nuevos amigos que se le habían sumado en esta aventura, que estoy por contarles de mi querida amiga, amante de las libertades, la verdad, la ciencia y las artes.
Así que lista para partir, sobre la oreja izquierda del elefantito y seguida de su amiga el Águila, la tortuguita aventurera, la liebre huidiza, el mono risueño y algunas abejitas que siempre gustaban de seguir de cerca las aventuras de la hormiguita colorada, se acomodó entre el resto de la tripulación que viajaban con el Gran circo del mundo americano, para dar una función de gala en Europa, comenzando por Francia.
Al llegar a Francia, quería saber a qué se debía la huelga de las cigüeñas que desde hacía varios meses no llevaban bebés a la América latina o hispana. Muy simple, contestó la reina de las Cigüeñas, las madres no quieren más hijos que al crecer un poco se conviertan en servidores de los ricos y sean los que junto con sus madres, pisquen el producto de lo sembrado; y un poco después sean recolectores o sembradores de nuevos productos, por una paga tan miserable que jamás llegarán a ver en sus propios hogares lo cosechado para que los dueños del campo lo exporten. Ni qué refutar ante tales argumentos.
Y todavía enfurecidas, las cigüeñas añaden: "...que los hijos de los dueños de todo hagan el trabajo que los nuestros hacen, y por la misma miserable paga; y que sus mujeres seleccionen las semillas y siembren al amanecer, clareando el día.
La hormiguita no creyó ir a enfrentar tan cruda realidad. Miró a su amigo elefantito y este solo atinó a asentir suavemente con la trompa. La tortuguita optó por retirarse de la vista de todos y escondió su cabecita. Las abejitas se arremolinaban pensando en cómo ayudar a que el ánimo de la hormiguita no decayera más. El mono reía sin cesar, pero lo hacía nervioso, pensando en que el mundo debía andar muy mal, para que la liebre no quisiera participar.
Apenas había atracado el trasatlántico en el mediterráneo y los animales de la región enterados del viaje de la hormiguita y sus amigos, se dieron a la tarea de ir a su encuentro; sobre todo aquellos que empataban con ella en las ideas de libertad y verdad para todo los humanos y los animales del mundo. Así que nombraron una comitiva para que fuera a invitar a la hormiguita y sus amigos a beber con ellos una cerveza, por: las libertades, la rebelión de los pobres, las madres huérfanas de hijos y abandonadas de maridos, por la verdad que nadie quiere escuchar y a la que prefiere poner "oídos sordos".
Era un 4 de agosto de 2007, cuando se había instituido en tal fecha el "Día internacional de la cerveza", aunque finalmente quedó en el primer viernes de agosto. Perú, una de las potencias de América, impuso la costumbre, entre muchos otros países; pero, estaban en Francia, el país de los finos vinos y especialmente de los tintos, ¿qué hace importante aquí a la cerveza?, como todo en todo el mundo: sus consumidores.
La hormiguita aceptó la invitación, a condición de que lo hicieran cada año y que el próximo fuera en su tierra: México.
De ese viaje regresó sin mucha alegría ni con mucha esperanza de haber logrado algo bueno para los más desposeídos... Pero, lo había intentado y no cejaría nunca más en continuar con su empeño en ganar terreno a las injusticias y a las guerras y disputas entre los poderosos por el control del mundo.
Todo será cuestión de organización, ganar adeptos y de ir contando los días que faltan para lograr las metas.
Nada está acabado, ni se ha dicho lo necesario: "falta tanto por hacer", pensaba la hormiguita colorada, mientras seguía contando los días.