El discípulo será como su maestro

Para sacar la viga que todos tenemos dentro de nuestro ojo es necesario seguir a Jesús

En los domingos anteriores hemos examinado las sentencias absolutamente novedosas que Jesús expone ante las muchedumbre de sus discípulos: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios... ¡Ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo... Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra... y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y perversos... Sed compasivos, como es compasivo vuestro Padre...".

Decíamos que después de veinte siglos siguen siendo novedosas para nosotros; siguen siendo difíciles de entender y más difíciles aun de practicar. Si nuestra naturaleza humana no es elevada por un don divino que llamamos "gracia" y que nos hace "hijos del Altísimo", esas sentencias son imposibles de entender e imposibles de practicar. Se trata de una doble imposibilidad: la de la inteligencia y la de la voluntad.

La imposibilidad de la inteligencia consiste en que ella no es capaz de ver la verdad de esas sentencias de Jesús: no estamos convencidos de que los pobres sean bienaventurados, de que haya que amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos odian, que haya que bendecir a los que nos maldicen y rogar por los que nos difaman, que a quien nos golpea en una mejilla haya que presentarle la otra para que nos golpee también en ella. No podemos entender esta enseñanza y, por tanto, no la hacemos objeto de nuestra voluntad. Es necesario que Dios ilumine nuestra inteligencia para que veamos la verdad de esa doctrina.

La imposibilidad de la voluntad, en cambio, proviene de nuestra debilidad. Supuesto que entendamos esa enseñanza y hayamos sido capacitados por Dios para ver qué es verdad y queramos practicarla, no tenemos fuerza de voluntad para hacerlo. Queremos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos odian, queremos poner la otra mejilla al que nos golpea..., estamos convencidos de que eso es lo bueno, pero por debilidad no podemos hacerlo. Es necesario que Dios fortalezca nuestra voluntad para que podamos hacer eso que él nos ha concedido ver que es la verdad.

Sabemos que en la liturgia de la Palabra, que constituye una parte fundamental de la celebración eucarística dominical, la primera lectura, tomada del Antiguo Testamento, se elige de manera que tenga relación con el Evangelio que luego será proclamado. En los domingos pasados no es posible encontrar nada en el A.T. que se parezca a esa enseñanza de Jesús. En la primera lectura del domingo pasado, si David no mata a Saúl, que lo perseguía, no es por amor a su enemigo, sino exclusivamente porque Saúl era el rey y habría sido sacrilegio atentar contra el "ungido de Yahveh". Así y todo, los acompañantes de David le aconsejaban acabar con él de una vez. Hemos dicho esto para subrayar la novedad de la enseñanza que Jesús estaba proponiendo; no tiene precedente en el A.T.

Cuando comenzamos a leer el Evangelio de hoy, nos resulta difícil ver su relación con lo anterior: "Les añadió una parábola: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?". Da la impresión que algo falta. Si observamos que a menudo Jesús llama "guías ciegos" a los escribas y fariseos (Mt 23,16.19.24.26), podemos imaginar que alguien del público, en la imposibilidad de entender lo que Jesús enseñaba, habrá objetado: "¿Por qué los escribas y fariseos, que son nuestros guías, jamás nos han enseñado algo semejante?". La parábola de Jesús equivale a decir: "Porque ellos son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo" (Mt 15,14). En el Evangelio de Mateo, Jesús dice esta parábola precisamente porque alguien le informa: "¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tu palabra?" (Mt 15,12).

Por otro lado, como hemos explicado más arriba, la enseñanza que Jesús ha propuesto constituye un punto máximo, al cual nadie había llegado antes que él; y nadie habría podido llegar, si Jesús no la hubiera revelado al mundo. Jesús es el Maestro supremo que nadie puede superar. A esto se refiere Jesús cuando afirma: "No está el discípulo por encima del maestro". Pero, al mismo tiempo, nos da la esperanza de comprender su enseñanza: "Todo el que esté bien formado, será como su maestro". Esa es nuestra vocación y misión: ser como Jesús, llegar a un punto en que podamos entender su enseñanza e imitar su vida. Es la meta que nos propone en repetidas ocasiones el apóstol San Pablo: "Os ruego que seáis mis imitadores... Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo" (1Cor 4,16; 11,1). El que no ha llegado a ser "como Jesús", no es todavía un discípulo "bien forma-do".

Mientras no hemos llegado a esa meta, todavía tenemos ceguera en el corazón y no podemos pretender corregir los defectos de los demás. Y ¿quién puede presumir de haber llegado? Por eso Jesús agrega, refiriéndose a todos: "¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?... Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano".

Para sacar la "viga" que todos tenemos dentro de nuestro ojo es necesario seguir a Jesús. Esto es lo que dice en sus palabras introductorias el precioso libro que precisamente lleva el título de "Imitación de Cristo": "'El que me sigue no camina en tinieblas' (Jn 8,12), dice el Señor. Estas son palabras de Cristo, con las cuales se nos exhorta a imitar su vida y sus costumbres, si queremos verdaderamente ser iluminados y ser liberados de toda ceguera del corazón. Sea, por tanto, nuestra suprema ocupación meditar en la vida de Jesucristo" (Imit. I,I,1-3).