Un cuento nuevo
Olga de León G.
El día que ya no esté en este mundo transitorio y alegórico a la vez, será que me he ido al país de los cuentos, de las historias fantásticas e increíbles, y por lo mismo, más atractivo que este en el que la gente vive y muere pensando y preocupándose por el futuro, por un mañana que no sabemos si veremos algún día o si ya habremos muerto para cuando el futuro nos alcance.
Acelero el paso y voy en busca de los cuentos de antaño, los que nunca mueren, los que nos contaron de pequeños y nosotros contamos a nuestros hijos y seguramente, ellos contarán a sus hijos, si es que nosotros, sus abuelos, no alcanzamos a hacerlo, porque ese tirano que es el tiempo nos madrugó y nos llevó antes de lo pactado con el cielo y todos los ángeles que pudieran venir a recogernos.
Así que vayamos recordando y reviviendo historias, a ver si esta no suena muy familiar:
"En un país muy lejano, uno que había sido hechizado por las brujas de cierto lugar perdido en lo más recóndito del bosque, del que muy pocos conocían su existencia, vivía una familia con sus cuatro hijos varones, una única hija (hermosa doncella), cinco perros, una cuadrilla de potros y potrillos, algunas aves para la reproducción y alimentación sana de todos los miembros de la nobleza y tantos más animales, como los que en cualquier rancho de potentados, existen: reses, cabras, ovejas, y otros: amén de la servidumbre necesaria para atenderlos como a reyes, duques y príncipes que eran los que a dicha familia pertenecían y los que de cuando en cuando los visitaban (parientes y amigos)."
Este cuento, me parece que será el elegido para contar hoy; pues no me parece conocido, y sí me gusta para que resulte -por lo menos- entretenido. A ver si en el trayecto voy recordando algunos datos más; o, en su defecto, iré inventando la historia que, a fin de cuentas, lo que pretendo es contar... Un cuento nuevo, surgido de uno antiguo y tan viejo que nuestros lectores no lo hayan escuchado ni leído, no antes de hoy.
El hechizo de las brujas había consistido en que todos aquellos que allí vivían, y los que llegaran a radicarse en dicho lugar, se quedarían para siempre en la edad que tenían cuando la quinta luna y el sexto sol se hubiesen alineado con los vientos del futuro que jamás llegarían a ser, pues todo se paralizaría, de suerte que solo existiría el presente. Las brujas anularon la rueca del tiempo. Hoy, sería por siempre solo hoy.
Los hijos varones de los reyes eran un par de cuates, dos de ellos; los otros dos eran gemelos, los cuatro eran mayores que la hija, quien a la sazón tenía trece años; los cuates recién se hallaban en el dintel de la mayoría de edad, de acuerdo a sus tiempos, al siglo en que esta historia acontece, es decir, tenían diecisiete años; y los gemelos contaban con quince años. Y aunque lo de las edades podía parecer intrascendental, no lo era.
Explicaré por qué: los mayores nunca llegarían a heredar el trono, jamás sería ninguno de ellos rey. La princesita no conocería la ilusión del amor ni la caricia del amor, a menos que rompiendo toda ley y regla del reino y de la moral de su tiempo huyera con algún varón o se arrojara a la aventura con cualquier gitano o desconocido que llegara al reino.
Los gemelos eran el futuro en el presente, pues ellos podían hacer uso del camuflaje y aparentar una identidad distinta: intercambiar roles e intentar romper el hechizo de las brujas, escapando del presente por una ventana, para ir al futuro, cuando los vientos soplaran al revés, de Sur a Norte, lo que acontecería en tres lunas más y cuatro soles, cuando podrían cumplir, ellos y solo ellos, dieciocho años.
Así fue como los hermanos menores fueron coronados ambos como reyes, y de inmediato decretaron la nulidad del hechizo de las brujas, permitiendo que en el mundo, los viejos llegaran a viejos gozando de salud y tiempo para morir poco a poco, sin ser eternos.
La princesita se convirtió en una bella dama, una mujer joven que podía aspirar a amar y ser amada. Los hermanos mayores fueron los que tuvieron que dar el mejor ejemplo de respeto a la nueva modalidad del mundo dirigido por sus hermanos menores que ellos, los gemelos. Convirtiéndose en consejeros de los reyes.
COROLARIO:
Este ha querido ser un cuento nuevo. O, usted, ¿qué piensa? Tiene el privilegio de cambiar la historia, contarla de un modo diferente... O, echarla a la basura. Yo, lo que hice fue divertirme, atorada a ratos; pero, gozando: amo escribir. Por fin, ¡rompí el hechizo de las brujas!
Vivo la vida que tendrás que seguir
Carlos A. Ponzio de León
Había renunciado a mi trabajo como economista en el gobierno federal. Eso no era lo importante, sino que la situación estaba muy estresada en casa. Teníamos un contrato por un departamento en la Roma Norte, el cual vencía en ocho meses. Mi esposa no sabía si yo contaba con el dinero suficiente para enfrentar el compromiso de la renta. Sí lo tenía, pero no lograba expresárselo con seguridad. O, tal vez, a ella le preocupaba qué sucedería al concluir el contrato del departamento de ese año. Su madre era nuestro aval y eso, le preocupaba.
Le había mentido a mi esposa diciéndole: "Me despidieron", pero pronto descubriría ella que, en realidad, nadie me había pedido la renuncia, sino que yo había dimitido por iniciativa propia. Estaba cansado de la mediocridad de mi trabajo, donde simple y sencillamente, no me veía futuro. La constante de mi vida era brillar entre un grupo pequeño, siempre viviendo una vida de muy bajo perfil. Quería encontrarle a aquello una solución. Deseaba hacer cosas que en ese momento me parecían más importantes, más trascendentales, como seguir mi sueño abandonado en la juventud: componer música. ¿Podía regresar el tiempo y lograr los anhelos que había dejado a los dieciséis años? ¿Tendría una segunda oportunidad?
Como ya he dicho, el matrimonio estaba en crisis, o al menos se acercaba vertiginosamente a una. El dinero. Mi esposa trató de encontrarme un lugar en la escuela donde ella enseñaba: le propuso a su directora que me contratara como profesor de apreciación musical o de música. Pero pronto hubo algunas señales indicando que, para la institución, no funcionaría, por lo menos no con el sueldo que yo les proponía. Mi mujer estaba agotada y necesitaba unas vacaciones. Yo ya las tenía. Ella pagó la renta de una casa en San Miguel de Allende con el fin de que fuéramos a pasar el Año Nuevo allí. Nos trasladamos en su carro y llevamos a nuestras mascotas.
Mi mujer, desde que la conocí, siempre leía mucho. Se deleitaba con memorias y ficciones. Por aquel entonces disfrutaba de la historia de Madame Bovary de Gustave Flaubert. Leía en inglés. De pronto paraba y colocaba el libro en su regazo para platicarme de los nuevos desarrollos de la historia, según los iba descubriendo poco a poco. Yo, por mi parte, hojeaba un par de textos sobre educación musical. Perseguía la idea de establecer una escuela de música para niños.
Para el viaje a san Miguel de Allende, compré una tarjeta nueva para mi cámara fotográfica, con una capacidad de memoria enorme. Los primeros días realicé alrededor de seiscientos disparos y entonces la tarjeta falló. Nunca pude recuperar aquellas fotografías. Perdí las horas de búsqueda y encuentro con sujetos admirables. Coloqué la antigua tarjeta y seguí usando la cámara. No me desanimé. Seguí caminando por la plaza central de San Miguel mientras mi mujer daba sus propias vueltas. Fue entonces que me encontré con un excompañero de trabajo de los tiempos en que fui parte de la oficina de auditorías en la autoridad fiscalizadora del país.
A él le dio gusto verme y a mí, encontrarlo a él. Le conté que había dejado mi trabajo con nuestro antiguo jefe y que ahora me dedicaba a dar clases de Apreciación Musical. "Nos contó Mario", me dijo él, para luego platicarme una anécdota que alivió mi corazón de las penurias que estaba viviendo en ese momento en mi vida privada. Me dijo que había estado en la última cena que año con año, le celebraba el grupo cercano por su cumpleaños a nuestro jefe. Mario contó que me extrañaba en su nuevo trabajo, en el que lidiaba con temas de lavado de dinero. "No había nada que no le pudieras pedir a Carlos. Era hábil para trabajar cualquier tema: desde estudios sobre finanzas públicas, a modelos para detectar corrupción entre corredores de la bolsa de valores. Se ha metido en todo: Narcotráfico, competencia económica, programas sociales, inversión extranjera... caray, hasta en la música, que es en lo que ahora anda".
Le agradecí al excompañero que me hubiera contado la anécdota. "Eres perfecto", me dijo. "De ninguna manera", respondí y recordando su afinidad religiosa, le dije, casi citando al pie de la letra: "No se te olvide: La riqueza de su gracia hizo sobreabundar para con nosotros el misterio de su voluntad, según su beneplácito". (Efesios 1: 7-8). "Te refieres a El Amado", me dijo sorprendido. Y le respondí: "Entre la fornicación, la inmundicia y la avaricia, elijo la primera. Renuncio, por tanto, a ser Santo. Más también elijo la herencia en el Reino de Cristo y de Dios, pues pago el precio: Renuncio a toda idolatría. (Efesios 5: 3-5).