La perfección de Dios
Carlos A. Ponzio de León
Sam, en la cama, permanecía bajo las cobijas, tapado por una sábana y dos cobertores, viendo el televisor donde se proyectan películas de hace siete décadas. Vio durante un par de minutos un canal y le cambió a otro. "Parece que ya he visto toda la programación". El esfuerzo que realiza es doloroso: saca el brazo de debajo del cobertor, dirige el control remoto al frente y se lastima el hombro. Luego vuelve a esconder el brazo. Dirige la mirada a la mesita junto a la cama en busca del termómetro. ¿Deberá tomarse un paracetamol? Lleva meses en esas condiciones. De pronto se cura, pero vuelve a recaer. Conoce perfectamente los nombres y síntomas de cada una de sus dolencias: leucemia atípica que va y viene, quiste de Baker, estreñimientos por estrés, tendinitis en codos, arritmia... en fin, el botiquín lo ocupan los tres cajones de la mesita junto a la cama.
Encuentra un programa de televisión en blanco y negro: Los Tres Chiflados, se da cuenta de que ese capítulo, en el que uno de los chiflados le paga una deuda de diez dólares a otro, y ese al otro, y al otro: ya lo vio. Pasa al siguiente canal. Halla un documental en el que entrevistan a investigadores en Europa: un reportaje científico sobre la creación del universo y nuevos experimentos con el bosón de Higgs. Al parecer hay algunos resultados que contradicen viejas teorías. Es el tipo de temas que le llamaban la atención cuando era un niño, hasta antes del abuso sexual en manos de su padre, cuando perdió todo interés en la física. Estira el brazo y le cambia de canal. Encuentra una caricatura para adultos: Los Simpson.
Presta toda su atención en los dibujos que se proyectan. Los personajes son como planetas, piensa. Suena su celular. Lo busca bajo las cobijas: jala una, luego la otra, hasta que escucha el golpe del plástico contra el piso de madera. "¡Ay no!". Trata de leer el nombre de la persona que llama: Es Larry, el hombre de su vida. Hace un esfuerzo y con todo y los achaques, alcanza a levantar el aparato telefónico del piso. "Amor... ¿ya vienes?"
Del otro lado de la línea, el hombre le dice que va a entretenerse. Larry tiene reunión en la taberna de Moe con los amigos de siempre. "Entiendo... dejo la luz de la entrada encendida... No, no me voy a levantar, la programo en el celular... adiós".
En el bar de Moe, Larry está acompañado por sus 42 años y sus fantasmas y monstruos de siempre. Al lado de él, en un banquillo, hay un panzón de piel de tinta amarilla, acartonado, de camisa blanca y pantalones azules, calvo. Del otro lado: otro gordo en playera beige, pelirrojo y con la calaca a punto de rodar por la barra. Larry se observa en el espejo, tras las botellas de alcohol. Se mira confundido. ¿Me llamo Larry? ¿Estoy casado con un hombre enfermo? Por un minuto imagina que se llama Charlie y que habla con Dios. Su mirada dibuja una sonrisa espléndida.
"Charlie", escucha que le dice Dios, "te voy a explicar por qué mis propios hermanos me engañaron y destruyeron... Cometí una rebeldía... una injuria contra mi familia... la lastimé. Alguien se había burlado de una manera muy dolorosa para mí, sobre mi persona y origen. Juré dañarlo y lo cumplí. Mis hermanos se pusieron de acuerdo y me destruyeron. No tuve tiempo de pedir perdón. Por eso la rebeldía la castigo y la premio, dependiendo del caso, en este universo. Y por eso el perdón es tan importante aquí, entre ustedes. Y la envidia tan determinante en tantas historias bíblicas... envidio a mis hermanos, que habitan un universo que me duele en la memoria, porque en él ya no vivo".
Larry se quedó sin aliento. Tomó su tarro de cerveza pensando en dar un trago largo; pero no se atrevía. "Adelante". Larry colocó la orilla de vidrio sobre sus labios y empujó el trago de cerveza hasta que alcanzó a ver el fondo resplandeciente.
"No quiero entrar en los detalles de la historia que me llevó a semejante acto; pero quiero que sepas que mi Padre no tuvo nada que ver en la venganza, ni con la paga que recibí. ¿Crees que soy perfecto, Charlie? ¿Qué opinas de la gente que se siente perfecta?"
"Como entenderás, por esta historia que te cuento, resulta importante otorgar el perdón para el ser humano, para que no se envenene su alma. (Mateo 6:12; 6:14; 9:6; 12:31; 18:21; 18:35. Marcos 11:25. Lucas 6:37; 7:47; 12:10; 17:3; 23:34)".
"Pero, las leyes están hechas para castigar", dice Larry. "Para eso las hice", responde Dios. "Caín y Abel".
El pasado que no volvió
Olga de León G.
El pasado nunca regresa, dijo Abel. Cómo puedes estar tan seguro, replicó Amalia. Pues, porque así es, una realidad simple. Nadie vive dos veces, tampoco sus experiencias. Si alguna se le parece mucho a otra, no es porque sea la misma, es otra; otro momento, otra historia. Somos nosotros los que cuando recordamos el pasado, quisiéramos que se repitiera si nos favoreció o nos gustó; o que pudiéramos cambiarlo, si no nos agradó y nos hirió o lastimamos a otros: el arrepentimiento es un sentimiento muy humano, no de seres débiles, sino de quienes poseen elevado razonamiento y excelso sentimiento hacia sus congéneres; solo lo experimentan seres que son capaces de lanzarse hacia la perfección.
Pues, sigo pensando diferente, arguye Amelia. Son tan pesados quienes se sienten perfectos, que nadie quiere tenerlos por amigos. Tú lo has dicho muy bien, le contestó Abel: "...quienes se sienten perfectos". Esos especímenes son bastante distintos de quienes sabiéndose pequeños e imperfectos, aspiran a alcanzar un cierto grado de perfección. Quizás me he expresado mal, no buscan la perfección, solo la superación de su reconocida desventaja frente a los grandes de espíritu... quisieran acercárseles un poco más; y, eso, es definitivamente propio de humanos y seres que conocen sus limitantes y sus limitaciones, tanto como sus alcances.
En fin, dijo Amelia, dejemos de filosofar. Vamos al meollo del asunto: ¿Por qué alguien cree que puede traer el pasado al presente, si no es por una confusión de perspectiva y un poco de autoengaño?
Y, siguieron por horas hablando, tratando de coincidir, sin lograrlo. Así solían pasar sus días de encuentros... y, desencuentros. No eran pareja, pero como si lo fueran, o mejor aún, pues nunca dejaban de hablarse ni se ofendían...
Un buen día Amelia decidió salir de viaje sola, hizo los preparativos, reservó vuelos y hoteles y cuando ya tenía todo listo avisó a su familia y a su gran amigo, Abel.
Todos se preguntaron y le preguntaron, ¿por qué sola? ¿Por qué no?, contestó ella. Hace tiempo ya, que tengo deseos de hacerlo. De ir a donde yo quiera y viajar sin prisa ni la presión de si a los demás les gustan o no los lugares que yo elija para pasear.
-Fue un viaje corto, por un imprevisto y desafortunado evento tuvo que cancelarlo a los cuatro días... Y, sin embargo, hasta eso fue una experiencia de aprendizaje: cambiar los planes, arreglar la cancelación y conseguir vuelo hacia la capital de México, apoyada por su hija que terció en todo, pasando la información actualizada y lo que más convenía hacer.
El pasado no siempre ha sido lo mejor ni más deseable. En esa ocasión, para nuestra dicha finalmente todo acabó en un gran susto, pero acabó pronto; y no hubo mayores consecuencias que las que sucedieron (no menores, ni para olvidarse o no tomarlas en cuenta).
La vida y los hijos son grandes maestros, aún cuando ellos no pidieran serlo. Y, las madres tenemos un enorme ángel que nos protege de tantas tristezas y desgracias que no nos damos cuenta de ellas; y otras, pensamos que el mundo se nos viene encima.
La realidad es que alguien nos protege para que, a la vez, nosotras protejamos a los hijos y la familia en su conjunto: solas nunca estamos, aunque a ratos así nos sintamos.
Aquella tarde, la que parecía que el pasado había regresado, por el fuerte deseo de emular la grata memoria, la lluvia y el repentino frio ubicaron los hechos en su exacta dimensión: Ya no tenía veinte años, el padre había muerto hacía más de cuarenta años y la madre también, dos años después. Pero, la vida, que siempre compensa y retribuye, había traído en el correr de menos de cuatro años, a un par de hijos, distante sus edades entre sí, en más de tres años. El pasado no regresó, el presente lo superó, y en mucho: ahora, una nieta nos regaló la vida a través de la hija. Y, varios bellos regalos en composiciones musicales, relatos, narrativas y fotografías todos pletóricos de amor, de parte del hijo.
Vivamos el hoy y ahora, que en un santiamén se volverán pasado y no podrán volver... ¡No se repetirán! Porque el pasado, en efecto, como lo dijo Abel, no regresa, por más que nosotros volvamos a él.