Otro capítulo de la novela...
Olga de León G.
Jaimito, o Jimmy, como le decían sus vecinitos y amigos más cercanos, regresaba del colegio todos los días en el transporte escolar a su casa, cerca de la una de la tarde; para volver al mismo colegio, después de comer, a las clases de deportes, dibujo, canto y química (no sé por qué, pero esta asignatura se daba en las tardes).
Jimmy era de los niños mayores del barrio, era por lo general de los bien portados y amigables, sobre todo con las niñas y los menores. Pero, le encantaba provocar "guerritas" entre los que él sabía bien, eran "enemigos". Vaya, era el picapleitos: calladito, calladito, parecía que no rompía un plato. No, los rompía todos, pero sin ser visto... No es cierto, era un niño defensor de la paz y enemigo de los pleitos. Estando él presente, las guerras terminaban. ¿Sería así? Los involucrados lo confirmarán: mis hermanitos y los vecinos de al lado, dos de ellos buenos de peleoneros y brabucones, como uno de mis hermanitos.
En el barrio que crecí, entre los once y los dieciséis años, la vida era un regalo divino: una tarde de otoño al anochecer, viendo el cielo y la aparición de las estrellas; o, una de verano, también al caer el sol, escuchando en la radio los juegos de béisbol; o una de invierno comiendo buñuelos, preparados por mi madrecita hermosa. Qué días aquellos, qué de sueños fincados en mi mente casi infantil aún.
Pero el destino nos tenía preparada una tras otra, tremendas sorpresas fatales. ¿Cuáles sueños? ¿Cuáles metas alcanzar? Tuvimos que volvernos adultos demasiado pronto. Y, no obstante, no reniego ni del destino que nos tendió tal jugada, ni de la vida que nos tocó vivir: nos volvimos más hermanos, más unidos, aunque los dos mayores tuvimos que asumirnos casi como padres para los cuatro menores que nosotros: vida, yo te bendigo, por las pruebas de sobrevivencia que nos impusiste.
Y vinieron buenos y mejores días; y trágicos y muy tristes otros: cuatro o cinco años estuvieron hechos de muy fuertes y duros tiempos, los dos primeros fueron los últimos en Reynosa, aunque para entonces yo ya estaba más en Monterrey en donde estudié primero el bachillerato o preparatoria; luego, la carrera. Y me regresó mi padre a la casa paterna, obligándome a salirme de la facultad, para ir a hacerme cargo de mis hermanitos menores y de que la chica que ayudaba en casa hiciera bien su trabajo (lo cual fue problema menor, ella era muy responsable y mamá la había entrenado muy bien): "no será para siempre, hija, solo por un semestre", me había explicado brevemente, papá. A mamá, él la trajo a internar en un hospital de Monterrey, para que recibiera mejor atención por sus padecimientos y problemas; los que entonces, ninguno de los hermanos entendíamos bien cuáles eran, solo que necesitaba atenderse; luego regresaría a casa: un semestre me retrasé en mis estudios universitarios.
Y, sin embargo, fue un semestre muy rico y abundante en experiencias, lecturas y vida social que yo no tenía en Monterrey (tampoco la añoré después; solo a una o dos amigas que hice en ese tiempo). En la capital regia, mi ciudad natal, yo era feliz con mi vida de estudiante y las visitas de fin de semana de algunas de las tías y primas, así como de una o dos amigas de Chelo, la tía más joven de las dos con quienes vivimos en Mitras Sur, mientras estudiamos en Monterrey mi hermanito, quien me seguía en edad, y yo. Hasta que nuestros padres pudieron regresar a vivir a su tierra norteña, tras casi veinte años en Tamaulipas (Matamoros, Cd. Victoria y Reynosa). De Ciudad Victoria, tengo publicado un cuentecito, del rato que allá vivimos, a mis casi cinco años.
Amé la vida de mi infancia y adolescencia en Matamoros y Reynosa, con sus vientos polvorientos: el sudor pegajoso, el olor a mar y arena y el sol candente. También a sus gentes y algunas buenas costumbres; no así sus creencias muy ortodoxas y sus círculos cerrados, que a mí me ponían de malas y ganas me daban de responderles... a veces lo hacía... De suerte que no fui de sus favoritas nunca, o dejé de serlo muy pronto. En el fondo, a más de una le habría encantado sumarme entre los suyos: ¡imposible! Mi espíritu siempre fue, ha sido y seguirá siendo: libre, de pensamiento que ve hacia las alturas: a las montañas y al cielo.
Mas no os confundáis, no al "Topos Urano" de Platón, ni a su caverna, o al Monte Sinaí, sino a cielos cuajados de estrellas, con aerolitos cayendo y a montañas más prosaicas y también más cercanas del hombre que de los dioses.
La libertad de pensamiento no tiene límites religiosos, ni morales ni éticos, porque está más allá de todo mal o demonio: no necesita límites más profundos que la libertad del otro, de mi congénere, a quien mi credo o la falta de él no tiene por qué lastimarlo, pues de ser así, hasta allí llegaría mi libertad.
Si me hubiese quedado en Reynosa: ¿qué hombre habría deseado desposar a una joven con pensamiento propio, con iniciativa para decidir qué carrera estudiar en la universidad?; amén de carácter, a prueba de lisonjas o galanterías cursis: ninguno. Aunque, entonces, no pensaba en casarme, sino en estudiar.
El sueño no ha concluido
Carlos A. Ponzio de León
Yo también tuve una banda; pero solo mis amigos la recuerdan. Fue en preparatoria, éramos unos chicos casi de barrio, sin experiencia, ni productor, sin nada que nos hiciera sonar, siquiera un poco, fuera de serie. Una simple, llana y común banda de rock que no se escucha como música nueva, igual a la totalidad de las bandas de esa edad. Sin las trampas de los músicos de estudio, ni ingenieros de sonido; en fin, sin buena suerte. Pero soñábamos porque queríamos ser grandes como grupo. Sonaban, por todas partes en México, en aquellos tiempos: Soda Stereo, Caifanes y Mecano. Alrededor del mundo aparecían vídeos de: Michael Jackson, The Cure y Depeche Mode. Como todas las bandas de adolescentes alrededor del mundo, nosotros queríamos llegar a ser igual a la más grande de todas, The Beatles. Hasta que un día, Dios rompería mi corazón. Fue tres décadas después, hace unos siete años, cuando pasaba yo ya de los cuarenta y tuve esta visión que ahora cuento. "Somewhere that I know down on the road".
Me encontraba por entonces en la Ciudad de México, siendo parte de otra agrupación de aficionados donde tocaba algún instrumento, no sé si la flauta transversa, la trompeta o el saxofón. Igual da, no lo hacía muy bien. Habíamos concluido el ensayo sabatino, el único que realizábamos en la semana. Descansaba solo, recostado sobre la cama, con las luces encendidas, rodeado por las cuatro paredes color crema y algunos posters pegados a ellas, recordando mis tiempos de juventud. Y ahí estaban ustedes cuatro. "Stuck inside these four walls"
Y ahí vi a Dear John, con dos cuernos en la cabeza y una voz diciendo que aún no concluía su temporada en el Infierno. Yo debía dar aviso: a alguien que le amara, que pudiera creer lo que veía. Fue cuando pensé en ti, Dear Paul. Pero... ¿quién era yo para escribir a músicos tan grandes? "My sweet Lord"
Las paredes ardían con colores transformándose en llamas blancas, amarillas, rojas, azules... absolutamente cada espectro visual estaba ahí. Hacía tiempo que Dios no rompía mi corazón de esa manera. Tuve que levantarme a arrancar el póster de la pared y tirarlo a la basura. El fuego desapareció. "Imagine".
Dear John no se arrepentía, en realidad, de nada que hubiera hecho con su cuerpo. De ninguna chica, de ninguna infidelidad, de ninguna droga, de ningún coraje personal, ni siquiera de su ego enloquecido. Todo aquello había sido saldado ya. Ahora solo se arrepentía de una cosa: algo que parecería inocuo, inofensivo: de unos pocos versos, unas cuantas líneas. No pensó que pudieran herir a alguien. Él solo quería cambiar y mejorar el mundo.
Ahora, entonces hace siete años, él deseaba que alguien pidiese perdón de su parte. ¿Encontraría a uno solo entre sus fans, que entendiera lo que estaba sucediendo y ahora quisiera ayudarlo? ¿un hombre a quien hubiera lastimado, que comprendiera y rogara por su nombre, pidiendo su perdón amargo? ¿había alguien que fuera capaz de volver el tiempo atrás para borrar un par de frases y un poco de su fama indomable, que le parecía por entonces, ya no ahora, más grande que la del mismo Dios?
El Señor jamás me había roto el corazón de esa manera. My Dear John no había entendido, por aquel entonces, de dónde venía su talento. Eso era "then, not now". Y nada de esto que ahora digo, provenía por entonces de su propio ego. Desde aquel momento, he pensado en él de manera diferente. Y ahora que he escuchado la nueva canción, sé que está bien. Libre como el ave y su vuelo.
Me gustaría decir que solo soy un soñador; pero no lo soy, no vine a serlo.
Algunas de sus canciones las amo como se puede amar un pedazo de tiempo cuando se tienen dieciséis, con la reverencia al sonido que no vemos, pero nos conmueve. Hay un par de frases que ahora, ya no me molestan... aunque quizás sea aquella misma terquedad estúpida que entonces, a los dieciséis, llevábamos todos dentro.
Paul, Ringo: escribo porque quiero avisarles que ya pedí por él. De hecho, por los cuatro. Tal vez sea amor verdadero. No sé. Pero aquellos, mis pequeños planes de grandeza musical, mis proyectos viejos, son un sueño olvidado. No sé qué creían que estábamos haciendo todos estos años: quizás... esperando algo. "Real Love". "I am not the only one".
Eso era entonces. Ahora... algunas cosas cambian y otras habrán de transformarse. Como en aquel entonces y luego de esta espera, sé exactamente a dónde irá mi vida: y les puedo decir: "the dream is not over".