Cuando el tiempo se adelanta

A la mañana siguiente, de la loma más alta de la colonia, bajaron cinco adultos mayores, que parecían jóvenes, por el brillo de sus miradas y la seguridad

Los grandes y los pequeños

Carlos A. Ponzio de León

Llegaron puntuales. Descendía el elevador de cristal a la planta baja. Ellos formaron una flor de clavel de cuatro hojas, uno frente al otro, erguidos como árboles de encina altos, llamando cierta atención entre todos: pero escondiendo sus rostros de la mirada externa, acrecentando el misterio de su presencia, vistiendo trajes Brioni, oscuros como espuma de petróleo, con camisas blancas como la savia de la sal y de corbatas azules como las aguas del Jordán. 

El ascensor no tardó en descender por ellos. Fueron los únicos que subieron porque dos empleadas que aguardaban prefirieron seguir esperando hasta que el elevador bajara nuevamente. Los hombres aparecieron en el piso 18, caminando decididos, directo a la oficina de la directora general. Con su secretaria se presentaron: "Somos lo tales por cuales y tenemos cita con la Señorita Lorraine". La mujer levantó el teléfono, marcó el número treinta y uno y esperó. "Están aquí". Colgó. "Adelante, por favor". Condujo al grupo hasta el despacho de la directora, una mujer blanca de 1.70 metros de altura. Despampanante bella... hasta las entrañas.

"Adelante, caballeros", dijo Lorraine señalando su mesa de juntas. Sobre las paredes color crema podían distinguirse portadas originales, enmarcadas y detrás de cristales, de los primeros números de algunas revistas viejas: Der Blaue Reiter, Camera Work, Contemporáneos, La Esperanza, entre otras. "Lo primero es lo primero, caballeros", dijo la dama tomando asiento. Dio un sorbo a su té matcha y colocó la taza sobre el platito, dejando rebotar en el aire el sonido de la porcelana que choca como el beso tierno del primer encuentro. No: un simple saludo; ni una democracia en decadencia; sino un sorbo al Nilo después de la tormenta; la profecía sobre el Mar Muerto finalmente cumplida.

Lorraine observó a cada uno de los consultores. Guardó silencio unos segundos, luego observó la fotografía del Episcopado Sangriento que colgaba de la pared. Finalmente les dijo: "Esta revista que dirijo, aunque en castellano y solo cultural, llegó a tener más de 700 millones de visitas al mes antes de la pandemia. Fue más popular que un magazín de moda como The New York Times Style. Fuimos la revista número uno. Los datos que ahora voy a mostrar no mienten". La chica guardó silencio para medir reacciones, con su visión atípica casi de 180 grados: pero ninguno se inmutó. 

"En mi casa, como para el mundo, la cultura es imprescindible". Dos de los visitantes se reacomodaron en sus asientos. Ella continuó. "Me explico: en un mundo que no sabe si la Inteligencia Artificial es un peligro o no, es necesario un empuje hacia la cultura de la innovación. Y eso contiene mi revista, con sus cinco mil quinientos empleados".

"Claro. La cultura es LA fuente de inspiración para las innovaciones", concluyó el cabecilla del grupo de asesores. "Y la innovación es la fuente del crecimiento económico", dijo otro. "Y el crecimiento económico es la base del poder político", dijo el tercero. "Y del militar", concluyó el cuarto. "¿Y dónde está lo espiritual en todo esto?," preguntó Lorraine. Los dejó perplejos.

La revista enfrentaba dificultades, comprendieron los asesores cuando visitaron las instalaciones. Descubrieron un montón de egocéntricos reporteros ocupando el lugar. "Tiene que deshacerse de toda esta gente", le dijo el cabecilla. "Necesita modernizar las máquinas de escribir Remington por computadoras con procesadores de palabras", dijo el segundo. "Requiere dotar a sus fotógrafos de cámaras digitales y deshacerse de las cámaras de película de 35 mm", dijo el tercero. "Y por favor, Señorita Lorraine, preste atención al diseño. Tiene usted sus oficinas en un edificio histórico. Aquí da miedo entrar. Es un monumento de reliquia. Le axonsejo consiga un lugar donde pueda disfrutar de sus fantasías literarias: llene su imaginación. Que sea por su gaceta. Desarrolle ideas que el Creador le dicta. Y luego... llegará su fortuna". 

La directora general se reacomodó en su sillón. ¿Era cierto aquello? Llevaba prisa por recuperar el liderazgo mundial de la revista y esos eran los mejores consultores que conseguiría en el mundo y podía pagarlos. Una luz densa le mostró que no debía desaprovecharlos. 

¿Quién podía tener la asesoría de expertos vistiendo trajes Brioni? Si tan solo fueran ángeles, se dijo ella. "Nos comprometemos", comenzó a decir el cabecilla, "que, si usted sigue nuestros consejos, regresaremos a darle algunos más para todo lo que necesita en la vida. Pero, si no hace caso, ¿cómo podemos ayudarla para hacerle realidad sus sueños grandes?"

Justo en ese momento, la Señorita Lorraine dijo para sus adentros. "¡Vaya! Creo que uno debe disfrutar los pequeños regalos, porque los grandes serán, al final: acumulación sagrada de los pequeños".

Perdiendo el miedo a crecer

Olga de León G.

Estaban en lo más alto del cerro más próximo a sus casas, hasta donde habían ascendido para contemplar las luces de la ciudad cuando anocheciera. Aún había luz natural, luz de los últimos rayos del sol en una tarde del ocaso otoñal en noviembre, a las cinco de la tarde.

Se sentaron acomodándose sobre una gran roca, de la que sabían de su existencia los que ya habían subido hasta allí: él, Carlos Felipe, otra pareja y un varón más. Eran cinco amigos compañeros de la universidad, más la novia de Carlos Felipe -María-, quien no vivía en ese barrio.

María estudiaba Filosofía en una facultad que estaba sin terminarse, por lo que, en el segundo piso, aunque ya existían algunas aulas, también había una salida a la azotea, donde luego se edificarían más salones.

Antes de entrar a clases y entre clase y clase solían salir y asomarse a la azotea, para mirar los autos que transitaban por la avenida principal, afuera del campus universitario. Les divertía ver lo pequeños que lucían vistos desde allí, y cómo parecían apenas si puntos sobre las banquetas las personas que caminaban por la acera.

Se hizo de noche para los que estaban sobre el cerro. La luna se asomaba tenuemente, esperando que el sol finalmente se ocultase. Para entonces, los varones ya habían encendido una pequeña fogata. Una semana antes habían decidido que subirían hasta lo más alto del cerro y se quedarían hasta el amanecer. Subieron con cobijas, mochilas, algunos víveres, dos litros de agua por persona, muchos deseos de pasar la noche contándose anécdotas y tratando de conocerse mejor, así como debatiendo sobre sus miedos.

¿A qué le temes más en la vida, tú, René? ´Él era quizás el amigo más alegre y dicharachero... Nadie habría esperado que su respuesta fuera esta: "A caerme de la azotea de Filosofía y caer sobre alguna estudiante de primero. 

¿Se imaginan truncar los sueños de alguien que empieza a descubrir el mundo?"

Nadie entendió el sentido de su chiste de humor negro, pero lo disimularon, riéndose.

Esa tarde, en lo alto del cerro o loma de la colonia donde la mayoría vivía,

un par de enormes nubes de un color gris claro, pero no como para dejar caer agua, aparecieron sobre sus cabezas y se quedaron allí, como estatuas de marfil. Formaban una especie de techo que los cubría un poco, alejando sus miedos y temores porque empezara a llover... Nada más lejos de la realidad.

Entonces, alguien propuso que definieran lo que querían hacer a continuación, además de contar anécdotas.

Y, Carlos Felipe dijo: hacer el amor sin tocar a la pareja, sin quitarle ni quitarnos la ropa, sin acostarnos con él o ella. Todos rieron de su disparatada idea, menos María, quien le lanzó una mirada arrobadora y cándida a la vez, diciéndole: te amo por eso, por tu espíritu único y controversial. Y, él le correspondió con un poema pleno de amor y besos que no tocan los labios, sino el alma y el espíritu: ayer, hoy y mañana te amaré más que a la luna y las estrellas, y continuó diciendo:

Te amaré en noche nublada,

en día de torrencial lluvia,

y te amaré como solo mi corazón

y el tuyo saben amar:

sin tocarse, sin verse,

apenas si adivinando

la presencia de un ente

intangible y fiel hasta la muerte,

y de ser posible, aun después.

Moriré para vivir eternamente

en tu pensamiento y en tu corazón.

Vivir viviendo un sueño 

...de amor imposible.

La muerte no nos vencerá,

porque morir no nos define.

A la mañana siguiente, de la loma más alta de la colonia, bajaron cinco adultos mayores, que parecían jóvenes, por el brillo de sus miradas y la seguridad: ... ¡de los miedos perdidos!