Empacaron las palabras y las unas llegaron impresas, memoriosas en forma de libros, las otras cuerpo adentro de los autores, académicos, para ser vertidas en el escenario de LA Plaza de Cultura y Artes del centro de Los Ángeles, ciudad donde viven casi 2 millones de hispanohablantes. La Feria del Libro en Español y Festival Literario de la Fundación de la Universidad de Guadalajara se llama LéaLa, un bonito nombre que recuerda La La Land porque Los Ángeles (Nuestra señora de Los Ángeles) tiene ese algo de sueño americano, de meca de actores, cineastas, fotógrafos, de paraíso de pintores, de cine a cielo abierto, de surfeadores bronceados, de mixtura de procedencias, de ciudad de Ray Bradbury. Aquí se codean el glamur y los sin casa, los homeless que después de pandemia son más notorios. Si antes en el camino a Little Tokio, muy cerca del centro, había cuadras enteras con tiendas de campaña, fogatas en las esquinas, como novela de Cormac McCarthy, ahora están en las esquinas, los remetidos de los edificios y los parques del centro. Duelen de una manera especial, como filo de navaja. En la pandemia uno de los hoteles del centro se destinó como albergue pues la calle era un territorio minado. Ahora parecen vivir en nowhere land. No son mexicanos los homeless ni latinos; piden o porfían en inglés, cuando hablan. Por lo menos no los que veo, porque los migrantes vienen a trabajar. El español es la ficha común de los encargados de servicios. Para el turista no es necesario ni hablar inglés. Y sin embargo el español se va perdiendo; se queda en su estantería de lo coloquial o de las instrucciones. Se dan informes en español. Los letreros son bilingües. Pero casi no se lee literatura en español. Pocos lugares, como LA Librería que tenía literatura infantil y juvenil, ahora se abren a la rama adulta para ofrecer los libros más allá de los bestsellers que ocupan un pequeño espacio en las grandes librerías. Por eso LéaLa, organizada con el profesionalismo del equipo y dirección de Marisol Schulz, de FILGuadalajara, ha encontrada su talla desde que mudó del Centro de Convenciones a la plaza pública. Tiene un carácter íntimo y amoroso por la palabra en español, por la exaltación de la imaginación, por ser espejo y referir a la identidad. Aquí vienen las escuelas con chicos de todas las edades que atienden presentaciones y actividades. La ilustradora María Perujo Lavín y yo, entre otras actividades, vinimos a presentar uno de los libros de la colección El Árbol del INE, donde se fomenta la inclusión y la cultura democrática y participativa. Se llama La hamaca roja y tiene ver con los afrodescendientes, negros les hemos dicho, y es la aventura de una niña de la Ciudad de México que acompaña a su tía antropóloga a la Costa Chica de Guerrero y entre otras cosas se vuelve amiga de Laila, afromexicana. Lo escribimos en pandemia, nació virtual, ahora existe en físico, es gratuito y es la primera vez que lo celebramos en público, como apertura del evento, en el ánimo de discusiones políticas actuales como incluir en las elecciones el voto de los mexicanos en el extranjero.
Pero es la palabra, el español, elástico, vivo y sugerente que se transforma como un animal, nos lo recuerda Jaime Mesa, y está vivo, la que nos une. Vinimos a celebrar las palabras porque con ellas los escritores construimos mundos que se sostienen por esos tabiques gráficos y sonoros: espejos y puentes hacia afuera y hacia adentro. El escenario soleado abierto y los salones del edificio ladrillado del centro de Los Ángeles se llenan de algarabía en español. Los autores hemos venido de distintas partes de México, acuerpados por librerías y editores, para que el español se celebre hablando de lectura, de escritura, ahora que el mundo ha dejado de ser solo virtual.