Catolicismo a la baja

No es la inercia, no es la costumbre, no es la tradición, es una decisión libre y personal, y ello es muy valioso para la fe y un firme apoyo a la esperanza

En México acaban de aparecer los resultados del Censo 2020. No son nada halagadores para el catolicismo. Es verdad que las estadísticas se pueden camuflajear convenientemente: “hay cinco millones más de católicos que en 2010”; “hay poco más de diez católicos por cada ateo en México”. Pero en la participación porcentual hay una caída neta de 5 puntos; pasamos de ser el 82.7% a ser el 77.7% de la población. ¿Cómo explicar tal descenso?, ¿qué significa?, pero, sobre todo, ¿qué se puede hacer ahora?, pues de poco sirve lamentarse.

Antes que nada, el contexto. México, como no podía ser de otra manera, está inmerso en el ambiente globalizado del mundo, y en ese ambiente la tendencia del secularismo es al alza. Crece el número de ateos en el mundo, crecen más todavía los agnósticos y aparece un nuevo grupo –que no era considerado, por ejemplo, en el censo del 2010- de personas que creen en Dios, pero no se identifican con ninguna denominación religiosa. Esas tendencias mundiales se reflejan en México y le han quitado adeptos al catolicismo.

Por otra parte, los escándalos de pederastia clerical siguen pasando factura. En el siglo XXI ha habido una auténtica debacle moral para la religión católica por ese motivo. Las estadísticas simplemente reflejan en los números la dolorosa sangría de fieles que ha provocado el escándalo. De todas formas, esa caída es baja, comparada con otros países, como Chile o Irlanda, donde ha habido escándalos similares. La Iglesia tiene enfrente la descomunal tarea de recuperar su credibilidad moral, ¿podrá conseguirlo?, ¿en cuánto tiempo? En ese sentido debe realizar un doble esfuerzo: por un lado, tener transparencia en su gestión, de forma que sea ella misma la que informe del proceso de sanación interna, y no sean los periodistas los que la expongan en berlina. Por otro lado, debe difundir lo que hace, para aparecer como lo que es, una multinacional de la caridad, y no como multinacional del crimen, como algunos la consideran.

Los datos crudos del censo constituyen una llamada apremiante para la jerarquía eclesiástica. No llevan sólo a preguntarse, ¿qué estamos haciendo mal?, sino también, ¿qué podríamos hacer mejor? El mundo está cambiando velozmente, y no puede ser que la Iglesia ofrezca las mismas estrategias de siempre, pues puede quedar desfasada y, Dios no lo quiera, obsoleta en su propuesta pastoral. Una cosa es que el mensaje de Cristo sea siempre actual, y que en lo profundo del corazón humano anide siempre la sed de Dios, y otra cosa es que nuestro modo de transmitir ese mensaje y de conectarlo con esa sed sea el correcto. El Papa Francisco, desde el inicio del pontificado, ha insistido en la necesidad de ser una “iglesia en salida”, de abandonar el modelo “clientelar”, donde espero que la gente llegue a tocar mi puerta. De ser una “iglesia facilitadora” y no una “aduana de Dios” burocrática, que pone barreras y ahuyenta a los fieles. Parece ser que todavía no terminamos de acusar recibo de las indicaciones papales y estamos cosechando los frutos.

Pero no solo la jerarquía y los párrocos tienen algo que aprender de estos resultados. También los fieles corrientes cargan con una parte importante de la responsabilidad. A pesar del secularismo y de los escándalos, los cristianos evangélicos han pasado de ser el 7.5% de la población en el 2010 a ser el 11.2% en el 2020. ¿Cuál es su secreto? ¡Comunican su fe!, no se la quedan para ellos solos, por el contrario, la comparten. Los católicos, acostumbrados a ser mayoría, no tenemos tan arraigada esa preocupación y por ello languidecemos. La iglesia debe ser apostólica, o no será.

Ahora bien, los resultados sirven para sincerar la realidad y para dejar nota del cambio socio-cultural que estamos viviendo. Ya no podemos seguir funcionando con la “política del carro completo”, con el supuesto –ahora claramente equivocado- de que en México todos somos católicos, o que somos un país católico. Somos un país con mayoría católica decreciente, esa es nuestra realidad. Pero ese crudo dato se puede ver en forma positiva: el censo ha brindado la oportunidad de que 97,864,218 personas se reconozcan católicas; les ha permitido profesar libremente su fe y su pertenencia a esta gran familia. No es la inercia, no es la costumbre, no es la tradición, es una decisión libre y personal, y ello es muy valioso para la fe y un firme apoyo a la esperanza.