VALLE NACIONAL, Oax.- La casa de la pintora Carmen Javier es un jardín en paz rodeado de montañas. Un espacio detenido en el tiempo del que cuelgan cuadros con rostros de niños, colores brillantes y bestias mitológicas.
Y ella, casi dormida, con casi 100 años de edad y con un pincel en una de sus manos, eleva lentamente los brazos como si pintar fuera una necesidad que la mantiene con vida, un acto de amor indescriptible que puede conmover pero se transforma fácilmente en la admiración profunda por una persona que decidió empezar una carrera en el arte a los 80 años, exponer en galerías teniendo 100 y que ha mantenido guardados sus dibujos en los cuadernos de sus hijas por 50 años.
Para ver a Carmen Javier es necesario cruzar la Sierra Juárez, atravesar por carreteras de la Cuenca del Papaloapan. Tierra abajo, en Santa Fe y La Mar, una comunidad del municipio de Valle Nacional en la que nació el 16 de julio de 1923.
Carmen se casó a los 18 años, en 1940, con Pablo López Méndez, asistente de un maestro rural, un extraño de rasgos bajitos del que quedó prendada.
Cuenta que por momentos se despierta para pintar con rigor de 10 de la mañana a una de la tarde. Apenas nos habla, apenas sonríe. En 2000 fue su primera exposición, desde entonces ha recorrido las salas de Oaxaca, se han editado libros con sus obras, pero falta el reconocimiento en su pueblo natal, en su región.
Las voces críticas dicen que empezó demasiado tarde a mostrar lo poderoso de su plástica. Carmen Javier emprendió el recorrido un par de años después de la muerte de su esposo al final de los 90, impulsada por su hija menor Marta, ambas cómplices y amigas quienes querían que fuera reconocido el trabajo de Carmen, sin el apoyo de Maximino y Emiliano, sus hijos pintores que ya exponían obras en galerías.
La memoria de Carmen Javier es un misterio. Lleva años siendo una mujer fuerte que se ha ido cansando. Nombra a una abuela que llegó sola a Valle Nacional, posiblemente de Cuba. O atravesando la selva desde un lugar quizá imaginario, donde hay niños de piel bruna como en sus pinturas.
Es posible ver a Carmen Javier quedar detenida de una pulsión. Ahora es una niña ligera que lucha contra la edad, como alguna vez aferrada a la necesidad del artista atascó sus manos en el granito para sentirse viva al dibujar con carbón.
Sus líneas fuertes y oscuras las hizo como fueron llegando sus hijos. A la pérdida de la primogénita le plasmó altares secretos con lápices de colores hechos en madera vieja.
A Hortensia, la primera, le siguió Anastasio. Cuando ellos murieron, Carmen volcó la tristeza sobre los lienzos. Después está Joaquina, la de mayor edad que aún le sobrevive y le destina muchas horas a acompañarla.
Marta es la menor, ella es la descubridora del secreto de Carmen, su cómplice la promotora de sus exposiciones.
Para ver a Carmen Javier es necesario cruzar la Sierra Juárez
Carmen Javier: trazos de la artista popular centenaria
Para ver a Carmen Javier es necesario cruzar la Sierra Juárez