Ciudad de México.-Nació en la Ciudad de México el 11 de octubre de 1946, en el hogar de una familia amante de la lectura. Tras el inexorable paso del tiempo, Silvia Molina se convirtió en la reconocida mujer de letras que es hoy, cuya obra ha sido trasladada al francés, alemán, italiano e inglés.
"Escribí esta historia a raíz de que mi sobrino Héctor me dio unas cartas que tenía su mamá. Primero debo señalar una cosa que seguramente algunos ya sepan: Me robé la biblioteca de mi papá, aunque mi mamá la tenía destinada para un hermano mío", señaló la ganadora de diversos premios internacionales.
Un día, casualmente, llegó a su casa cuando su mamá estaba haciendo la mudanza y vio cómo estaban bajando cajas de cartón de una azotea para ponerlas en un vehículo. Una caja se abrió por accidente y observó que estaba llena de libros, como otras más, y al momento pudo identificar la biblioteca de su papá.
"De niña, yo jugaba mucho en la biblioteca de mi papá. Era muy grande. Mi papá era un lector empedernido, sobre todo le gustaba la historia y la literatura. Gran parte de esa inmensa biblioteca era sobre el sureste de México, particularmente de su amada tierra natal, Campeche", refirió la maestra universitaria.
Tenía numerosos libros muy interesantes y otros realmente valiosos, como algunos incunables. "Durante la mudanza, al ver los libros de mi papá, entré corriendo a la casa y pregunté a mi mamá que a dónde se llevaban los libros. Me dijo a una bodega, mientras se cambiaba de casa", señaló.
De mente ágil, siempre inteligente y con el hábito de la lectura arraigado en sus venas, Silvia Molina salió de la casa y le dijo al chofer con voz segura y serena: “Señor, dice mi mamá que mejor los lleve a mi casa”. Le dio su dirección, y una vez en su hogar y con la biblioteca en su poder, le habló por teléfono a su mamá para contarle todo eso.
Y la idea del texto germinó
"Me contestó, pero de inmediato me colgó; estaba furiosa. Días más tarde le pedí a mi hermana que por favor explicara a mamá que la biblioteca sería para quien ella dijera, pero que mientras decidía, donde mejor cuidada iba a estar era en mi casa. En esos días me dieron el Premio Xavier Villaurrutia 1977", recordó.
Con el monto del premio mandó a hacer los estantes para que los libros ya no estuvieran en las cajas. "A raíz de que revisé la correspondencia que me proporcionó Héctor, comencé a recordar muchas cosas de mi infancia, como la biblioteca de mi papá, la gente que iba a casa y mis estancias en el extranjero", agregó.
Para la autora de La mañana debe seguir gris (1977), Ascensión Tun (1981), La familia vino del norte (1988), Imagen de Héctor (1990), El amor que me juraste (1998), Muchacha azul (2001), En silencio, la lluvia (2008) y Matamoros, el resplandor en la batalla (2010), entre otras novelas, el exilio fue como una familia.
"A mi mente vinieron los amigos de mi papá, imágenes de Campeche y de mis hermanos en la playa. Recordé cuando viví en Francia e Inglaterra con una hermana de mi mamá que era diplomática. Cuando estuve con ella en París, yo de 14 años de edad, me encargaba con una viejita adorable, Doña Filo", indicó con una sonrisa tierna.
Silvia Molina explicó que esa señora de edad vivía en un departamento pequeño, en la avenida Víctor Hugo. "No había mucha luz, había infinidad de fotografías de sus recuerdos. Una vez que yo estaba llorando porque mi tía, aunque amable, era una calamidad, me enjugó mis lágrimas y me puso un pañuelo con un segurito en mi vestido", añade, ahora, con sincera añoranza.
Y la idea del texto germinó en la siempre dispuesta a escribir Silvia Molina. Volcó esas vivencias en un texto emotivo, tierno, y entrañable al que ya tituló La República Española en un pañuelo. Apenas lo dio a conocer a un grupo de amigos, reunión a la que Notimex tuvo acceso, y pronto podría estar publicado en forma de pequeño libro.