banner edicion impresa

Opinión Columna


El punto de no retorno


Publicación:29-01-2020
version androidversion iphone

++--

La falta de niños afecta transversalmente en todos los rubros económicos y sociales, y cito como ejemplo al sector educativo.

 

Más allá de las “fake news” existe un concepto llamado “deepfake” donde, a través de inteligencia artificial, se crean videos falsos de personas que se ven y escuchan como alguien más. Dicha manipulación puede hacer creer a miles o millones de personas que alguien dijo o hizo algo que nunca ocurrió, es una distorsión de la realidad y un engaño. Igualmente tendenciosa es la creencia popularizada por la juventud, de que uno de los principales problemas de la humanidad es la sobrepoblación y su incapacidad para alimentarse. Con ese sesgo apocalíptico como inefable premisa, muchos jóvenes no se quieren casar y mucho menos tener hijos. Pareciera que la juventud está reaccionando a lo que su conciencia le dicta ante una mentira profunda de la cual está siendo víctima.

 La falta de niños afecta transversalmente en todos los rubros económicos y sociales, y cito como ejemplo al sector educativo. Platicando hace unos días con mi amigo Carlos Basurto sobre su viaje a Corea del Sur, me habló de su asombro al aprender que algunas universidades coreanas habían cerrado por falta de alumnos y que otras estaban apostando a la atracción de estudiantes internacionales, puntualmente de la India, para sobrevivir. La disminución de la matrícula no obedeció a la calidad educativa ya que, según datos de la OECD y considerando el porcentaje de adultos entre 25 y 64 años que han cumplido su educación terciaria, Corea del Sur es el 4º país más educado del mundo después de Canadá, Japón e Israel. El veredicto es evidente, despiadado y denota un gran padecimiento moral; no hay suficientes jóvenes para llenar las universidades. Igualmente, en México se habla de que tan pronto como el año 2027, habría que pensar en una reconversión de los educadores adaptándolos a los cambios demográficos.

 Cierto y lamentable es que existan mundialmente 821 millones de personas malnutridas, pero es asimismo irrebatible que se desperdicia entre el 30 y 40% de los alimentos que globalmente se elaboran por ineficiencia logística o por cuestiones de rentabilidad. Por otro lado, Naciones Unidas sostiene que el mundo produce suficiente alimento para alimentar a los ahora 7,600 millones de habitantes y que tiene la capacidad de alimentar un 50% más; esto es 11,400 millones de personas. El tema de la alimentación mundial pareciera ser más una cuestión de voluntad política y ética empresarial que de capacidades.

 Ahora bien, hablando del cambio demográfico, Naciones Unidas estima que la población mundial aumentará a 9,700 millones en 2050, pudiendo llegar a un pico cercano a los 11,000 millones para el año 2100. El aumento poblacional es una singular conjugación de un afortunado incremento en la expectativa de vida y una inminente disminución en la fecundidad. El mismo organismo multinacional afirma que para esa misma ventana de tiempo, 26 países de Europa disminuirán su poblacional de 10 a 15%. Es una escalofriante realidad que por décadas la tasa de fecundidad de todos los países europeos ha estado muy por debajo de los 2.1 hijos por pareja, necesarios para garantizar el reemplazo de la población a largo plazo. Más aún, muchos de los citados países son muy pequeños; veinte de los 28 países de la Unión Europea tienen en promedio 5.8 millones de habitantes. Es una inequívoca y cruda verdad que muchas civilizaciones europeas han llegado a un punto de no retorno y tenderán a desaparecer para ser reemplazadas por inmigrantes. La disminución poblacional es igualmente patente en Asia: Japón redujo la suya en 2 millones en 10 años y se calcula que China disminuya el número de sus habitantes en 31.4 millones entre 2019 y 2050.

 Es sumamente preocupante que ningún organismo internacional hable de la inefable realidad de que el mundo envejece y no se renueva; como si fuese un tema tabú, un consabido secreto de estado que debe permanecer en silencio. Desde un enfoque planetario, absolutamente todos los países precisan de jóvenes para trabajar y pagar los impuestos que permitirán a los gobiernos operar y honrar su hipoteca social en materia de pensiones. Las naciones no pueden ingenuamente apostar a que los robots reemplazarán el 100% de los puestos de trabajo y, pagando impuestos “robóticos”, permitirles crecer económicamente y cumplir con sus funciones sociales sustantivas. Aún si eso fuese factible, estaríamos ignorando la parte de la demanda de bienes y servicios por parte de los niños y jóvenes. Un robot no se alimenta, no se corta el cabello, no sale de vacaciones y jamás podría demandar los mismos insumos que los humanos. Dicho en palabras llanas: sin jóvenes que trabajen y consuman, no habría empresas; sin empresas y sus trabajadores que paguen impuestos, los gobiernos no tendrían recursos para operar y finalmente; sin un gobierno financieramente sano, habría anarquía, caos y un efecto dominó catastrófico. Desde el punto de vista antropológico, considero enfáticamente que el cambio demográfico y la eventual disminución de la población son ya el problema más grave de la raza humana y debe ser cabalmente abordado.

 Una ingenuidad sería pensar que alguien de Naciones Unidas me hará el ingente favor de leerme, pero sí tengo temporalmente a algunos jóvenes lectores cautivos. A ellos me dirijo invitándolos a tomar en cuenta los arriba expuestos argumentos y exhortándolos a no privarse del inigualable y honroso privilegio de ser padres.



« Redacción »