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Opinión Editorial


¿A quién se lo quitamos?


Publicación:11-12-2019
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El costo de oportunidad es el beneficio que se pudo haber obtenido y al que se renuncia, al tomar una decisión determinada. Hace cerca de tres décadas, realizaba mis prácticas profesionales en Coca Cola Japón y el Vicepresidente de RR.HH. me hizo una jugosa oferta laboral. Después de un año de estar estudiando el idioma y un año adicional trabajando en el país, tenía cierto dominio del japonés y estaba haciendo, a decir de la retroalimentación de mis superiores, aportes relevantes a la compañía.
Yo estaba muy contento trabajando en un país que me parecía tanto exótico como fascinante y aprendiendo mucho de una cultura ancestral y honorable. La oferta y la oportunidad eran muy atractivas, pero el costo de oportunidad tuvo un peso mayor. Quizás, eso solo Dios lo sabe, de haberme quedado en Japón, hubiera renunciado a convivir con mi familia ascendente, a hablar a diario con mi padre, a ver crecer a mis hermanos y seguramente no hubiera conocido a mi amada esposa, a la madre de mis hijos, a mi compañera en la vida con quien cumplo ya 25 años de casado. ¡Qué ingente costo de oportunidad hubiera sido haberme quedado en Japón!
La semana pasada escuchaba al alcalde de Pereira, Colombia hablar del crecimiento del país y de cómo los economistas no se ponían de acuerdo entre un crecimiento nacional del 3.2 o 3.3% del PIB. Para el caso de Colombia con una economía de USD$330.23 millardos, la diferencia en crecimiento del PIB de .01% equivalen a USD$3.3 millardos. Esos miles de millones de diferencia en el crecimiento, se traducen en millones de impuestos que el gobierno colombiano pudiera gastar en políticas distributivas o invertir en infraestructura productiva. Por el contrario, toda vez que las empresas desistan de invertir y el país deje de crecer, el gobierno tendrá menos recursos. El crecimiento económico debiese traducirse en una reducción significativa de la pobreza y en una nueva estructura social caracterizada con el crecimiento de la clase media. Ante el discernimiento de la realidad objetiva del país contemplando riesgos, costos y beneficios; el conflicto perenne en el árbol de decisiones de todo gobierno que busque maximizar el bien común a largo plazo será: si cobijo a un rubro, ¿a qué otro rubro se lo quito?

Pasando al Continente Europeo, según datos del Banco Mundial, en 2016 la Federación Rusa empleó 5.45% de su PIB en gasto militar, comparado con 3.7% en educación. Si la llave de acceso al desarrollo es sin duda la educación por su capacidad de superar diferencias sociales, culturales y asegurar una mayor igualdad de oportunidades, por qué no invertir más en educación. Se estima que oficialmente el 13% de los rusos vive hoy en día en la pobreza, cifra que ha estado creciendo en los últimos cinco años, no tendría más sentido apostarle a la educación. Creo que la tentación del gasto cortoplacista debiese ser subordinada a una sobria y responsable estrategia de inversión de largo plazo, por impopular que parezca.
Los EE.UU. son otro claro ejemplo de su escala de prioridades ya el 3.2% de su PIB lo destinaron a gasto militar en 2016. Del gasto total mundial en armamento, EE.UU. aportó el 36%, equivalente a lo que aplicaron militarmente los siguientes 8 países juntos, incluyendo China. Dicho de otra forma, el gobierno estadounidense destinó el 54% de su gasto discrecional, o USD$596 millardos al rubro militar, o 1.8 veces la economía de Colombia. ¿Cuánto más pudiera crecer la economía estadounidense si invirtieran más en infraestructura productiva, o en educación? El punto que quiero destacar es el doble conflicto dicotómico de todo gobierno de sentar las bases para el crecimiento o el costo de oportunidad de no hacerlo y; la oportunidad de invertir en proyectos productivos vs el costo de oportunidad de gastar en programas asistencialistas.
En América Latina se estima que, para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible relacionados con la infraestructura, se requiere inversiones equivalentes al 4.5% del PIB. Habrá que ver si lo que nuestros países destinan a infraestructura realmente se aplica a carreteras, puentes u hospitales y no a proyectos estrambóticos vendidos con frases hiperbólicas por falsos líderes mesiánicos. ¿Qué tan dispendioso pudiera ser el costo de oportunidad de dejar descobijados a los ciudadanos y privarlos de oportunidades?

 



« Redacción »