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Opinión Columna


Minerva


Publicación:22-11-2019
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La muerte de una poeta es doblemente trágica; primero por ser mujer, segundo por ser poeta

La muerte de un poeta es más que lamentable, una tragedia; la muerte de una poeta es doblemente trágica; primero por ser mujer, segundo por ser poeta.

La poesía femenina, al igual que las mujeres, ha sufrido una larga historia de discriminación y marginación: los traspatios de las páginas de los libros eran su dimensión oculta, al igual que cualquier ama de casa resignada a la cocina y al uso de la lavadora. Todavía el día de las madres se les regala licuadoras, batidoras, trapeadores.


Pero las poetas siguieron tomando la pluma, el bolígrafo, la máquina de escribir, la computadora; al igual en las redacciones las periodistas disputaban los instrumentos de trabajo con sus compañeros varones. Y compartían lo que se podía compartir. Hoy en día como que las cosas se han arreglado, sobre todo en el periodismo y en la literatura. El avance de las mujeres en innegable. La luz entra por la ventana cerrada


La muerte de la poeta Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos, N.L. 1956 – Monterrey, N.L. 21/11/2019) no interrumpe la lectura de su poesía ni sus convicciones a favor de las causas de la mujer; aunque no haya participado activamente, por la vía de los hechos, sus escritos sí reflejaban esa actitud. Su poesía es muy femenina, algo raro, aunque cada vez menos, no sólo por la colocación de las palabras y los acentos, primera cualidad del poeta, sino porque su poesía usaba falda y brassier, que ya no necesariamente son símbolos femeninos.


Sus libros son los colores del arcoíris: Hilos de viaje (1982), Dama infiel al sueño (1991), Pérdida (1992), Epigramísticos (1995), La paga común del corazón más secreto (1995), La condición del cielo (2003), Adamar (2008), Herida luminosa (2008), Tálamo (2011), las maneras del agua (2016), Además de algunas compilaciones y antologías que realizó.


Esperando la carta de Joe


Al cantante Joe se le desgarra la garganta


En medio de la lluvia el gran estadio tiembla


Y algunas muchachitas tararean al son del coro


Mil novecientos sesenta y nueve es una paloma que
agoniza


El joven cantante Joe orina sobre el pasto


Su música te humedece


Puedes estar desnuda bajo la lluvia


Esa saliva de Juan el bautista que te escurre imparable


Puedes estar desnuda


De un salto quedar suspendida en la eternidad


Pero allá arriba recuérdalo la lluvia es roja


Y el bautista camina con cabeza


Para qué pensar en dios


Si lo tengo a él bendito cantante Joe de cabellos enredados


Para qué escuchar a papá


Si lo tengo a él con sus benditas penetraciones como


descargas eléctricas


Si mamá registrara mi aliento


Olfatearía los besos de Joe


El semen de Joe


La desesperación de Joe


Benditos besos sobre este cuerpo desnudo


Que pega el brinco hacia la eternidad

 



« Redacción »