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Opinión Columna


El fútbol, la pasión y el fanatismo


Publicación:04-10-2019
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Ya no alimentemos la hoguera de odios entre los entusiastas aficionados de futbol, pues de conflictos y violencia tenemos más que suficiente en las calles

 

"La gente me pregunta por qué siempre estoy sonriendo, incluso cuando perdemos un partido. Es porque cuando nació mi hijo me di cuenta que el fútbol no es cuestión de vida o muerte. No estamos salvando vidas. El fútbol no es algo que deba propagar la miseria y el odio. El fútbol debe ser inspiración y alegría, especialmente para los niños".


En alguna parte de la vasta internet encontré estas palabras, cuyo autor es el alemán Jürgen Klopp, actual entrenador del equipo Liverpool de Inglaterra que tiene, entre sus logros más recientes, el título de la Liga de Campeones de Europa, ganado hace apenas algunos meses.


El equipo Liverpool es conocido en el mundo por representar una ciudad sede de los temidos “hooligans” ingleses que han sembrado de luto algunos estadios, con especial recuerdo en competencias deportivas llevadas a cabo en Bélgica y la misma Inglaterra.


Esta forma de pensar y de actuar del estratega germano encuentra especial relevancia si lo insertamos en el contexto de la metrópoli nuevoleonesa, particularmente cuando, como hace unos días, se juegan partidos entre los equipos de futbol locales, Rayados y Tigres –así, en estricto orden alfabético-, que provocan una efervescencia tal entre los regiomontanos –entiéndase por tal gentilicio todos los metropolitanos- antes de y durante los partidos que, muchas veces, alcanza niveles de paroxismo, mismo que, lamentablemente, en más de una ocasión se ha convertido en tragedia. Baste recordar los hechos del año pasado en los que un aficionado, camino al estadio, fue brutalmente golpeado, casi hasta la muerte, por un grupo de fanáticos contrarios.

Dos de ellos fueron sentenciados hace apenas unos días y si bien gozan de libertad es porque tuvieron el beneficio procesal de no contar hasta ese momento con antecedentes penales. Ahora ya los tienen, por lesiones e intento de homicidio.


Cabe preguntarse qué está pasando con el fenómeno del futbol en nuestra ciudad y hasta dónde tenemos que llegar para mantener una convivencia deportiva sana, sin caer en fanatismos malsanos. ¿Cuánto nos cuesta como ciudad el futbol, de manera directa e indirecta? El deporte es la mejor de las inversiones públicas para nuestros niños y jóvenes, pero ¿qué aporta el futbol profesional a nuestra ciudad en términos reales?


Por fortuna, en los partidos de este año no ha habido tragedias qué lamentar. Sin embargo, este saldo blanco tras los partidos de futbol tiene un costo para todos los nuevoleoneses, pues la autoridad, ya sea municipal o estatal, debe destinar recursos humanos y materiales –equipo de seguridad- a la vigilancia. Son cientos de elementos de policía los que dejan de vigilar otras zonas de la ciudad y se destinan para salvaguardar el orden público antes, durante y después de cada partido, pues el riesgo de confrontación física es latente, alentado desde siempre por los medios de comunicación tradicionales a través de sus conductores y analistas, y ahora, muy especialmente, por las redes sociales en boga, a las que tienen acceso todos los individuos, sin importar edades ni géneros.


La confrontación entre los seguidores encuentra su punto máximo de excitación durante la semana del llamado “clásico”. Son muchas horas-hombre de productividad las que echamos a la basura. Aquí podemos contar desde el tiempo que le dedica aquel que tiene la creatividad para hacer los típicos memes, hasta el que se sienta frente al televisor o la pantalla de su dispositivo electrónico personal para enterarse de lo que sucede con sus ídolos. Esta situación de “conflicto” prevalece toda la semana y ya durante el encuentro de 90 minutos se “dualiza” para convertirse en emociones de alegría o de tristeza que, lo peor, trascienden el transcurso de los siguientes días como frustración e incluso depresión para muchos de los fanáticos perdedores, con las consecuencias que ello tiene en los ámbitos familiares, sociales o laborales donde se desenvuelven. Lo paradójico es que los jugadores, los que realmente se enfrentaron en la cancha, pueden –y lo hacen- convivir con sus rivales deportivos como grandes amigos apenas unos momentos después de terminado el encuentro, y no siempre dentro de los límites de la moral y las buenas costumbres, como lo han evidenciado y “desnudado” las redes sociales algunos “ídolos” que, al fin de simple barro, destacan fuera de la cancha más por sus defectos que por virtudes humanas.


Los clubes de futbol han implementado con cierto éxito temporal algunas iniciativas para evitar el desbordamiento de los pasiones, pero quizá es necesario hagan algo más para brindarle a esta ciudad beneficios verdaderamente tangibles. Que se manifieste la responsabilidad social que ha caracterizado a las empresas que están atrás de los equipos de fútbol.


El entrenador y ex futbolista germano tiene razón cuando dice que el futbol no debe ser cosa de vida o muerte. Y es que hay cosas más importantes. Al igual que con otras disciplinas deportivas, atendiendo cada quien su gusto, siempre será placentero disfrutar un buen partido de futbol en el estadio o en el televisor, pero ¡vaya que es mejor practicarlo! Ni duda cabe.


Ya no alimentemos la hoguera de odios entre los entusiastas aficionados de futbol, pues de conflictos y violencia tenemos más que suficiente en las calles, no sólo en suelo regio, sino en todo el país. Y ya nos queda claro que para frenar la violencia no es suficiente el “decreto presidencial” de ¡Fuchi… guácala!... ¡pórtense bien!

jlgarzagarza@yahoo.com.mx



« Redacción »
José Luis Garza

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