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Opinión Columna


Siete días que sacudieron a Washington


Publicación:03-10-2019
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Lo que es ética, moralmente y jurídicamente correcto en ocasiones puede ir a contrapelo de lo que es conveniente políticamente

 

La semana pasada atestiguamos 48 horas asombrosas que marcan como ninguna otra coyuntura la presidencia de Donald Trump. El lunes, la clase política y los medios amanecían hechos a la idea de que camino a los comicios de 2020, Trump había sorteado la amenaza de una destitución política en la Cámara de Representantes. Para el jueves, existía una nueva realidad: 97 congresistas demócratas más sumados a favor de la remoción del presidente, garantizando con ello que, de presentarse cargos al pleno de la Cámara de Representantes, los artículos de destitución del presidente serán aprobados.


La ayuda-memoria de la llamada telefónica con el presidente ucraniano es palmaria: Trump recurrió al uso faccioso del poder y de la diplomacia con fines político-electorales en Estados Unidos. Pero también se abren muchas interrogantes sobre lo que sucederá a partir de ahora. Toda moneda tiene dos caras y lo que se viene con el juicio de destitución no es la excepción. Trump se convierte en el cuarto presidente en la historia de EU en enfrentar un proceso de juicio político de destitución. La Cámara de Representantes votó a favor del de Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998, pero en ambos casos el Senado los absolvió; Richard Nixon renunció de manera previa, ante la inevitabilidad de lo que se le venía encima. Por ello, la Casa Blanca está basando su estrategia en que el Senado, con mayoría del GOP, haga lo propio con Trump, apostando a que si ello ocurre, pudiera de paso desinflarse el voto demócrata militante, desmotivando a votantes clave —los suburbanos independientes o bisagra— sobre todo dado que las encuestas demuestran que aún no hay apoyo mayoritario para remover al presidente vía juicio político. Además, un proceso de destitución polarizante podría ser letal para demócratas en distritos y estados conservadores, poniendo en riesgo su mayoría en la Cámara de Representantes. Trump también jugará todo a que el proceso motive a la base dura trumpista y le otorgue la narrativa de que el "Estado profundo" conspira en su contra.


En cambio, para los demócratas, la estrategia yendo hacia delante tendrá que buscar que el juicio mueva la aguja en las encuestas (cosa que ya empieza a ocurrir: antes de la semana pasada, 57% de los votantes en promedio se oponían a un juicio de destitución, mientras que las encuestas de este fin de semana muestran que en promedio 46% de los votantes apoyan la destitución, contra 42% que se oponen). Para lograrlo y a la vez motivar a la base demócrata, el partido seguramente buscará establecer enfáticamente los parámetros de un caso ético y legal, así como el hecho incontrovertible de que el presidente ha violado la Constitución. Idealmente, el proceso de investigación debe ser lo más detallado posible y acotado al tema de Ucrania, y debe erigirse en un largo distractor que tenga a Trump contra las cuerdas el mayor tiempo posible. Trump es un micromanejador, obcecado por lo microscópico, lo nimio y los detalles menos relevantes de política pública. La tirada de los demócratas debiera ser que se obsesione con cada paso que vaya dando la Cámara y con ello se vuelva más proclive a cometer errores adicionales. Tendrán eso sí que calibrar muy bien cuándo apretar el gatillo, para que electoralmente el descargo en el Senado sea lo menos redituable posible para el presidente. Y deben capitalizar el proceso de destitución para unir al centro moderado (encarnado por Pelosi) y al ala progresista (la que estuvo presionando durante meses para iniciar el procedimiento de destitución) del partido, arropar a quien se alce con la nominación y usar la defensa de la Constitución y del país ante el peligro que representa Trump y la injerencia de intereses extranjeros en las elecciones estadounidenses que él ha alentado o propiciado, movilizando a todos los votantes demócratas para que salgan masivamente a votar en 2020 y, por medio de las urnas, remover al presidente de la Oficina Oval.


Lo que es ética, moralmente y jurídicamente correcto en ocasiones puede ir a contrapelo de lo que es conveniente políticamente, pero los demócratas en realidad no cuentan hoy con otra opción. El populismo autoritario avanza allí donde fallan las instituciones democráticas. Por ello, tienen que acusar y enjuiciar al presidente, independientemente de consideraciones políticas o electorales, e independientemente de a dónde conduzca.



« Redacción »
Arturo Sarukhán

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