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Opinión Columna


Escuelas siglo XXI


Publicación:18-09-2019
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Más requisitos para cumplir en tiempo y forma, que aprender a pensar, a situarse y posicionarse en el mundo, en la práctica, en la vocación

La escuela de hoy es más un conjunto de administración de evaluaciones que enseñanza. Más requisitos para cumplir en tiempo y forma, que aprender a pensar, a situarse y posicionarse en el mundo, en la práctica, en la vocación. De tal forma que la hora de la clase, es decir, el momento de la enseñanza, ha venido a menos; es visto como un simple subrogado al servicio del momento de la evaluación-verificación de lo aprendido, siempre reducido a un producto.

- ¿Cómo te fue hoy en la escuela?
-Bien
- ¿Qué hicieron?
- Nada

Diálogos como este se repiten una y otra vez a lo largo y ancho del mundo. Dista ser una “nada” sin importancia, simple chiflazon infantil y adolescente, como pensaran algunos rápidamente. “A los alumnos no les interesa nada”, “Solo quieren estar en sus celulares o viendo series” -dirán para defenderse y “pasar la bolita” al otro, al destinatario, encubriendo el fracaso de la escuela como dador de sentido, de contenido y de formación. Ya que se ha configurado más del lado de la vigilancia, la evaluación y el control, que, de la inquietud y la creatividad, de la legitimación de la diferencia: apertura necesaria para que los alumnos puedan encontrar su forma singular de estudiar, trabajar, de relacionarse con el saber. Justamente eso en lo que tanto Netflix como las redes sociales -de las cuales también participan sus maestros, directivos y padres, dicho sea de paso- han triunfado, ser dispositivos imparables dadores de sentido. Hoy, aporta más sentido y significado de vida una serie, un meme, que largos tratados y razonamientos eruditos, distantes y fríos que a nadie le dicen nada, para poder tocar algo fundamental de la vida, del cuerpo, ofreciendo opciones diversas, amplificando los caminos, legitimando nuevas y muy diversas formas de vivir.

Mientras el mundo avanza, las escuelas se van quedando atrás, funcionando como engranajes burocráticos de simulación o de diseño de producción industrial; envejecen en sus contenidos y enseñanzas, cuando no se actualizan de más, sucumbiendo ante lo nuevo muy nuevo, sin algo que oriente, la vanguardia por la vanguardia, para trabajar, para ocupar un espacio laboral; a pesar de modificar sus instalaciones e inmobiliario, su personal, contenidos y prácticas, permanecen anclados en siglos pasados, en los cuales se apostaba al funcionamiento en base a un principio único (moral, razón, disciplina, especialización, competencias) como organizador del cual se esperaban garantías. Esto se puede apreciar en la forma de respuesta ante una dificultad o problemática: se solicita más disciplina, más correcciones moralistas, más regulación de la conducta, más intervenciones especializadas. Con el común denominador de un lazo social irresponsable: las personas (maestros, alumnos, padres de familia) no son responsables, ya que es “eso” -su mente, moralidad, disciplina, información- lo que se espera otorgue las garantías y soluciones, bajo la consigna: de “Si se siguen estos pasos (estrategias) entonces se solucionarán los problemas” Y como dicha estrategia no va a funcionar del todo, entonces se sugiere que se deben AUMENTAR las estrategias y candados. En lugar de reposicionarnos de una forma nueva, responsable y creativa.

Los maestros y directivos siguen apostando a las respuestas y estrategias del pasado, donde se pensaba que la sola disciplina y la regulación de la conducta en sus más mínimos detalles, garantizarían el orden, la enseñanza y el aprendizaje. Aquella escuela que aspiraba a ser muy formal y termino siendo formulista, que tanto gusta al poder, tanto de izquierda como de derecha. Justo como la escuela de ahora desea ser reconocida en su profesionalidad, y termina siendo una línea de producción industrial, donde se define el aprendizaje operacionalizando todo, reduciéndolo a procesos industriales, llenos de controles que se ofrecen como garantías de calidad, como si fueran líneas de producción, que buscan que el producto tenga los más altos controles de calidad. De ahí, por ejemplo, que se le dé más importancia a verificar la lista de útiles, que el alumno lleve todo lo que se le pidió, para poder comenzar el año escolar, que las experiencias, singulares y variables, que cada maestro tiene que desarrollar y poner en acto ante su grupo durante la hora de la clase.

Tres mentiras atraviesan la educación en la actualidad, según Massimo Recalcati, psicoanalista italiano: la regulación de la existencia, el diálogo y la empatía. La primera -en la línea de lo planteado- pretende que definiendo las experiencias de la transmisión y el encuentro con el saber a un proceso industrial estilo línea de producción (presentación y evaluación) pretendiendo fijar variables para “oh sorpresa, dar con el supuesto hilo negro del aprendizaje”, se ha destruido la educación, produciendo un fastidio basado en la no inclusión de ninguno de quienes participan (hartazgo en alumnos, burnout y estrés laboral en docentes) descartando todo proceso creativo singular que cada quien porta y puede, bajo ciertas operaciones, poner en funcionamiento en su vida. El diálogo, o al menos la simulación del diálogo. Pues ahí donde el adulto dialoga, los niños y adolescentes ven claramente que ese aparente diálogo democrático no es más que una forma de llevarlos a que tomen la opción que ya previamente los adultos tomaron por ellos. En ese sentido estaría ausente la posibilidad de cambio de posición en ambas partes, necesaria en todo diálogo. La empatía, plantea una posición moralista respecto a la comprensión de sí mismos y del otro, donde la medida del otro sería aquello que yo logro sentir/pensar/decir, en lugar de su absoluta diferente. Por principio el otro, el llamado semejante, siempre es diferente a mí, porta siempre consigo las marcas de una diferencia, que si deseo dar lugar, puedo reconocer como una forma de vida singular, diferente, a partir del reconocimiento que no hay, ni habrá una forma en la que yo pueda entender-le, lo cual hace que requiera entonces escuchar dicha experiencia singular, sin compararle con algo o alguien, reconociendo una vida absolutamente diferente y radical a la mía, sin que eso lleve a una lucha de uno u otro, sino a un reconocimiento del abismo de las diferencias, que no hay empatía, no hay una forma única de entender al otro desde sí, sino desde lo diferente que es el otro respecto a lo que yo creo ser. Disposición muy necesaria para quienes intentan sustentar una función de maestros y de padres de familia, pues tanto los estudiantes, como los hijos, por principios siempre son una poesía, algo que muta.

camilormz@gmail.com



« Redacción »
Camilo Ramírez Garza


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