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Opinión Columna


Celso Piña


Publicación:28-08-2019
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La música en vivo, a pesar de las múltiples formas de almacenamiento y reproducción, es como la danza y la vida misma, evanescentes

 

Hagan como yo, no me imiten


Jacques Lacan

Conocí la música de Celso Piña, como se conocen las mejores cosas de la vida, por contagio: por el gusto que tenía por su música un buen amigo, quien todo el tiempo tenía a la mano, para usar de ejemplo en algo que decíamos –justo como ahora muchos tenemos a los Simpson, Freud y a Lacan y el psicoanálisis- alguna frase de canción de Celso Piña y su ronda Bogotá, amenizándola con alguna tonadita pegajosa, mientras tocaba el acordeón de aire.


Allá en aquellos años de la adolescencia, nunca pensé que yo, un rockero y metalero declarado, podría gustar de otras músicas. Pero definitivamente había algo en ese acordeón en esa voz, en esa forma de crear y vivir la música, que vibraba diferente, creando nuevas formas de mover el cuerpo, unas más circulares. Su música fue una invitación a salir del banghead y el slam, alternando igualmente temas que vuelven en el rock y el metal (vida/muerte, amor, tiempo…) pero en tonos variados, diferentes.


Ahora creo que Celso Piña logró, con su pasión e interpretación, convertir la música vallenata en un cuerpo erótico para mí: algo para ser vivido y no comprendido, para ser bailado, justo como aquella maestra de español de secundaria que recitaba de memoria partes del Mío Cid, mientras hacía movimientos teatrales, explicándonos después cómo en esa lectura, hasta entonces para nosotros, lejana y extraña, estaban contenidos algunos temas humanos siempre presentes.


La música en vivo, a pesar de las múltiples formas de almacenamiento y reproducción, es como la danza y la vida misma, evanescentes. Es decir, sólo existen mientras se ejecutan, habitan entre dos ausencias, entre dos enigmas e imposibles, el inicio y el fin, no pedir haber nacido, no poder hacer nada –hasta el nuevo aviso tecnológico- para no morir.


Y Celso Piña creaba para sus oyentes un cuerpo nuevo cada vez que tocaba su acordeón y cantaba. Lo mismo han logrado otros, como los Beatles o los Rolling Stones, imposible permanecer indiferentes ante esa música que nos traspasa y construye un cuerpo nuevo; el cuerpo movimiento, cómo las cabezas se contonean al ritmo de esos seres-sonido-cuerpo.


¡Luna, llena mi alma de cumbia/saca de mi la locura/llévame a la luz y a la paz! ¿De qué hablan las artes? ¿Cuáles son esos temas que insisten y persisten, que retornan una y otra vez, que a pesar de las variaciones y estilos, se cuentan en cada historia, en cada verso, en cada canción? “Oh ¿Qué será que será, lo que no tiene nombre ni nunca tendrá?” Canta Chico Buarque y Milton Nascimento.


Cuando un músico muerte, cuando un artista se va de este mundo que aún nosotros compartimos, no solamente se va una persona, el hecho trágico de una vida que termina para sus seres queridos, sus allegados, los del diario a quienes más les cala su ausencia, sino se va una singularidad creativa, una diferencia absoluta, una forma auténtica e inédita de tratar los asuntos humanos, asuntos que todos vivimos, esos que escribiera Sigmund Freud en su Psicopatología de la vida cotidiana, que hacía del mundo algo a-más y que ahora es a-menos. Fuimos testigos de su lectura, de su pasión, de su arte, así como ahora receptores y amplificadores de su legado, que hoy comienza a ser testimoniado. Pues no se sabe qué fue lo que alguien nos ha dejado, nos ha calado en lo más íntimo de nuestro ser, sino hasta que ya no está. Esa ausencia de la muerte, constituye al instante, irreversiblemente, una presencia diferente, dura, real, que muestra el paso del imparable tiempo, como las diversas formas de hacer-ahí con la vida, el cómo arreglárselas con lo que uno tiene y quiere hacer. Y Celso Piña, bien que conoció eso: pasar de trabajar en un trabajo común compartido (con seguridad, al memos supuesta por su madre, como trabajador de limpieza en un hospital, plaza segura, prestaciones de ley) a salir del pacto social, para mover y sacudir su vida, con lo imposible, lo inédito, hacer de su música su vida y de su vida la música. ¡Gracias por tanto, maestro Celso Piña! Celebramos y agradecemos su vida, su testimonio y su entrega, su radical diferencia.

camilormz@gmail.com



« Redacción »
Camilo Ramírez Garza


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