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Opinión Columna


Celso Piña: la música social


Publicación:23-08-2019
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Antes de partir, Celso deja su legado: el libro Celso Piña, el rebelde del Acordeón, escrito por José Lorenzo Encinas Garza. Su testimonio. Su legado.

El iniciador de la música de vallenato en Monterrey, Celso Piña, el denominado Rebelde del Acordeón, el miércoles 21 de marzo de este año brindó su último concierto. Un infarto lo privó de la vida a los 66 años de edad. De emergencia fue llevado al Hospital San Vicente pero la muerte siriquisiaca lo quería para sí.


Celso Piña se constituyó en un fenómeno de la industria cultural y del negocio del espectáculo de una manera subversiva: llevó a los grandes escenarios la música de los marginados regiomontanos, los olvidados, los que apenas viven en las faldas de los márgenes: la Constituyentes y la Carmen Romano de San Nicolás, La Indepe, la Risca, San Bernabé, La Alianza, sitios de los fiestones vallenatos. Sitios donde la delincuencia, la inseguridad, la muerte imperan. Celso llevó esa vida a todas partes. Su función cultural es la de promotor de los desposeídos.


Celso Piña nació el 6 de abril de 1953 en Monterrey. Es el primero de 9 hijos: 4 varones y 5 mujeres. Sus padres: Isaac Piña Marroquín y María Arvizu Córdova, eran vecinos de la Colonia Nuevo Repueblo. Luego la familia mudó al barrio Tampiquito, la colonia Palo Blanco en San Pedro Garza García, luego a la Boquilla y al cerro de La Campana de donde salió vía la pauta y la solfa lirica al mundo entero.


Loco, ladeado, así le decían cuando empezó a tocar música tropical, aprendida de los sonideros. Esa música tan extraña conocida como vallenato, a nadie gustaba, Celso la había escuchado en unos discos de vinil que encontró. Era una herejía en la tierra de la música norteña, las botas picudas, la pistola en la cintura y el sombrero Texas Style. Su padre, de oficio talabartero, tenía herencia musical, él y sus hermanos tocaban algún instrumento, el violín, la guitarra. Celso de eso se amamantó. Su padre lo alimentó.


Una vez aprendido de puro oído el acordeón, después de que con muchos sacrificios lo consiguió, empezó a formar su grupo: Ronda Bogotá, y buscó dónde tocar: bailes, quinceañeras, bodas. Pero no había mucha demanda. Nadie gustaba de esa música. Música de nacos, decían los vecinos de la Colonia Independencia y La Risca. Por eso Celso llegó a pagar para que lo dejaran tocar. Y paso a paso, despacito, gana adeptos. Y a fuer de sortilegio y alquimia barrial sin artilugios circunspectos y monosabios rebotadores se difunden las tocadas celsianas. Y se empeña y apaña un nuevo término que será una palabra básica en el vocabulario de Regiolandia: música colombiana.


Y la rueda de la fortuna en uno de sus giros lo coloca a la entrada de una casa de discos en la que graba su primer acetato La manda en 1982. Y de ahí pal real. Pero nada en la vida es fácil, dicen los abuelos de los abuelos, y su primera formación musical se descompone por los intereses aviesos de algunos de sus músicos. Es así que por otro lado surge la Tropa Colombiana, y otros grupos, que, en lugar, de pegarle a Celso lo fortalecen porque se amplía el parámetro sin nomenclatura de la llamada y ya popular música colombiana.


Y Celso sube y sube como la espuma en el tarro de cerveza. Con la vuelta de los años, cuando se dejan lo pantalones cortos, Celso gira por el mundo, primero domina el territorio nacional, luego la Unión Americana, luego Centro y Sudamérica, y luego brinca el gran Charco. En Francia causa conmoción. Es rechistoso ver a los y las franceses bailar cumbia regiomontana. Se suceden los discos, los conciertos, las giras mundiales.


Antes de partir, Celso deja su legado: el libro Celso Piña, el rebelde del Acordeón, escrito por José Lorenzo Encinas Garza. Su testimonio. Su legado.



« Redacción »