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Opinión Columna


Ella y ella migrantes


Publicación:28-06-2019
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Ella, Valeria, fue migrante; ella, Isadora, se siente migrante. Valeria no tuvo suerte, Isadora es una afortunada

Ella nació en un pequeño pueblo del bajío, aunque de niña se la llevaron a la gran ciudad, al DF; pero no tuvo que atravesar ningún río, su padre tuvo que emigrar de una ciudad a otra, de Pénjamo, Guanajuato, al DF, ahora Ciudad de México. Después emigró hasta el norte con su familia, pero sin caminar por las vías del tren, llegaron a Tampico, Tamaulipas.

Ella tenía casi dos años cuando su papá se la llevó a caminar hacia el norte; desde El Salvador, atravesaron todo México, ciudades, desiertos, montes, carreteras y vías de tren. Ella no sabia nadar, pero su padre intentó atravesar un río, la llevaba en sus hombros y se ahogaron, murieron en la frontera de Tamaulipas.

Ella se llamaba Valeria, quiero pensar que iba feliz, porque en ese camino tan largo, lleno de penurias, de hambre y de sed, iba con su papá y su mamá, quienes al final de cada noche le contaban un cuento, porque la pequeña en su inocencia nada entendía; ellos alentándose le contaban que después de cruzar un río por fin descansarían y podría jugar para siempre con su papá y así fue pues en la aventura murieron ambos.

Ella dejó a su familia en Tampico para migrar al Ciudad de México de nuevo, para hacer su propia vida; pero fue por decisión propia, no había polleros que la llevaran ni caminatas largas, eso sí el impulso era también como el de los padres de la pequeña Valeria, querer un bienestar mejor, se sentía capaz de comerse a la ciudad aunque se convirtiera en migrante.

Ella se llama Isadora y cuento algo de su historia, porque cuando yo fui migrante, un extranjero en la Ciudad de México, así me sentía, atravesamos un río de soledad y nos encontramos con un peculiar saludo: Hola extraño. Con Isadora formé una familia junto con dos pequeños, Iker y Gabrielo, quienes de alguna manera ahora son migrantes, pues si bien nacieron en el DF, ahora radican en Monterrey.

Ella, la pequeña Valeria, sin duda emigró al cielo y hoy juega con su papá. ¿Cuántas Valerias estarán sufriendo al ir al norte? ¿Cuántos migrantes van por un sueño americano que finalmente se convierte en pesadilla, en muerte?

Ella, Isadora, me ha confesado que se ha sentido migrante en esta ciudad, me contaba lo difícil que fue al principio integrase a nuestra sociedad regia, porque sí somos cerrados hacia la gente que no nació en Nuevo León.

Ella, Valeria, fue migrante; ella, Isadora, se siente migrante. Valeria no tuvo suerte, Isadora es una afortunada, le ha tocado vivir en una ciudad y otra sin necesidad de cruzar ríos ni caminar por las vías del tren. Al final ella Valeria se fue como migrante y ella Isadora que va de un lado a otro, sabe que somos los eternos migrantes.



« Redacción »