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Opinión Editorial


Unidad política


Publicación:13-06-2019
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Hay algo en lo que no se ha reparado en el concierto internacional, pero que avanza casi inadvertidamente: la confrontación agresiva de Donald Trump que parece tiene de manera inversa a su origen de estirpe fascista; justo en el momento en que Adolfo Hitler anunció la puesta en marcha del ferrocarril, desde Berlín hasta Bagdad. Porque al desatar confrontaciones comerciales se desata una guerra que conduce deliberadamente al desastre económico en un mundo global. Los mismos republicanos en EUA ya le habían reprochado a Donald Trump su posición y visión de los negocios, que se limita a la superficialidad del certamen Miss Universo y Miss Estados Unidos, diciendo que es deshonesta y falsa para los negocios con experiencia en política exterior.
En torno a este replanteamiento que no tiene como base el agnosticismo, Pablo González Casanova describió como un hecho reconocido “que cuando un país desarrolla su capacidad de producción por encima de los demás, no sólo tiende a promover una expansión económica que rebasa sus fronteras, sino que necesita hacerlo, para impedir el receso de su economía. A este respecto dice Kuznets: un país que crece rápidamente tiende a la expansión del territorio bajo su soberanía, y la penetración económica de nuevas áreas en las que, sin adquirir la soberanía, trata de asegurarse condiciones favorables para el intercambio económico. Estas tendencias expansionistas son una consecuencia natural del crecimiento…, en tanto la producción económica no puede ocurrir en el vacío, sino debe depender del uso de la tierra y otros recursos naturales. Una de las formas más importantes para satisfacer la necesidad de esta expansión -que abarca por igual el uso de recursos humanos- es la exportación de capitales” (La ideología norteamericana sobre las inversiones extranjeras. Escuela Nacional de Economía).
En realidad, por mucho tiempo prevaleció en Estados Unidos -casi como un dogma- que los programas de ayuda exterior norteamericanos contribuían al desarrollo y a la estabilización. Pero desde la crisis de la deuda externa, comenzó a replantearse y se concibió al capitalismo muy lejos de promover el bienestar, para dar paso a la versión doctrinal del estancamiento, de la que Donald Trump constituye una versión mejorada del colonialismo. Hasta el extremo en que, apenas se formalizaron los comicios pasados, a los pronunciamientos de deportar 11 millones de migrantes mexicanos sin documentos y de retirar la ciudadanía de Estados Unidos a los hijos de éstos, los calificó de pertenecer a una etnia de violadores y narcotraficantes, para cuya contención propuso la construcción de un muro que pagarían los mismos mexicanos a través de impuestos sobre la entrada y salida de sus dineros y de otras tantas medidas con las que haría enloquecer a los mexicanos. México no querrá jugar a la guerra con nosotros.
Con una visión tal, sobre los vecinos con quien Estados Unidos comparte más de 3 mil kilómetros de frontera, las cuestiones surgidas del suministro de las drogas, la emigración que responde a la movilidad, y el establecimiento de las personas, no hay punto de equilibrio posible que avizore solución, y menos como un problema exclusivo del control mexicano. Se tiene plena confianza en Alejandro Gertz Manero (Fiscal Gral. De la Rep.), no sólo por su eficiencia en condiciones de adversidad, sino por estar alejado de los chanchullos de la incoherencia. Pero comienzan a alarmar las invasiones de predios en Colima, que alienta el abogadete Agustín Díaz Torrejón, quien se proclama “abogado del pueblo”, sustituto, por derecho divino, del Instituto para devolver al pueblo lo robado, sin observar las reglas del debido proceso, que lo aproxima a la tenencia de los instrumentos del narcotráfico y la producción de drogas.
Escribieron Jacques y Colette Neme -durante la formación de la Comunidad Económica Europea- que “el Tratado de Roma concibe la libre circulación de los trabajadores como expresión de la movilidad de uno de los factores de la producción: el trabajo (al lado de la libre circulación de mercancías, la libertad de establecimiento y prestación de servicios y la libre circulación de capitales), en función de su productividad, a lo ancho de ese gran mercado que constituye la Comunidad.
A esta concepción neo-liberal se añadía la concepción keynesiana del pleno empleo: la libre circulación de los trabajadores en la C.E.E. era el medio de obtener, según Beverdige, trabajo para todos en una sociedad libre, compensando las ofertas de empleo dentro de un Estado con las demandas del mismo dentro de otro amenazado con la huelga. Esta utilización de los recursos de la mano de obra de la Comunidad tendría dos resultados favorables: el crecimiento input de trabajo, y con ello la posibilidad de un crecimiento económico más rápido y más armonioso, y al mismo tiempo, la cimentación de una solidaridad comunitaria, de la que podía esperarse la culminación en una unidad política” (Tratado de economía europea, Biblioteca universitaria de economía, Madrid, 1972, p. 95).
Desde el inicio del libre comercio en Norteamérica, se hizo saber a los interesados, por ejemplo, la disparidad de salarios existente en el sur de EU, donde a los trabajadores se les pagaba ocho dólares la hora de trabajo y en México este era el costo de la jornada de ocho horas de trabajo. Por esta razón, a la vuelta de treinta años, lo menos que Donald Trump pudo hacer para que las armadoras de autos respondieran al patriotismo, fue plantear la libertad sindical de los trabajadores para negociar sus condiciones de trabajo. Pero, amenazar con imponer un cinco por ciento escalonado de aranceles a todas las exportaciones mexicanas, hasta en tanto no se obtengan resultados favorables del paso por el territorio nacional de los inmigrantes centroamericanos, privilegia la ignorancia oficial de que la medida de aranceles perjudica al consumo estadounidense y aleja la posibilidad de hacer negocios en una comunidad política más grande, sobre la emigración del trabajo.
Y mientras México exhorta a no caer en provocaciones, lanzando besos y la señal hippie de amor y paz, hay suficientes intereses en las próximas elecciones de Estados Unidos, distantes de la agresión oficial para crear un enemigo ficticio, como lo hicieron los romanos. Máxime que para lograr un cambio similar al de la época de la hiperinflación se requiere de mucha más inestabilidad que la impuesta por el Cartel del Golfo Pérsico, cuando se desea un cambio en el sistema, parece que nadie lo emprende, pero todos tienen intereses en lograr un desplazamiento del equilibrio. Por lo pronto, habrá que recordar al Robin Hood Díaz Torrejón, que lo robado fue institucional, no para regresar posesiones al amparo de la simulación. No debe haber acción popular de Morena.



« Redacción »
Carlos Ponzio


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