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Opinión Columna


El vacío, siempre el vacío


Publicación:06-03-2019
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Como vemos, el asunto y atención -como siempre- están en otro lugar, lejos de los protocolos de atención y emergencia, basados en el control y la vigilancia

“Someter una experiencia a un examen científico da pie para que se piense que la experiencia tiene por sí misma subsistencia científica”

Jacques Lacan

El vacío es algo estructural, característico del ser humano. Es una forma simple de expresar que los humanos no poseemos un único referente biológico de organización. Somos aquellos –decía Octavio Paz- que le dijimos NO a la naturaleza. No poseemos esencia alguna, somos pura existencia. Los animales tienen esencia, cada individuo posee instaladas las características propias de su especie, instintos, se llaman. Los humanos, un vacío, y por lo tanto, diferencia, formas diversas de responder ante el mismo.

Recientemente, como desde hace ya tiempo, algunas instituciones educativas y asistenciales, públicas y privadas, retoman el problema del suicidio en adolescentes, como el de la violencia y la deserción escolar, el bullying, la anorexia y bulimia, la drogadicción, etc. desde una óptica moral, de vigilancia y control (detección y atención) médico-psicológica.


A pesar de las buenas intenciones, dichas medidas responden desde lugares comunes, en dos movimientos: lamento y rescate. Parten de una declaración de repudio y lamento ante lo que sucede, posteriormente ofrecen estadísticas (epidemiología) alarmantes sobre las edades, géneros y, en algunos casos, los métodos más empleados para quitarse la vida, incluso mezclan la depresión y ansiedad como posibles padecimientos asociados con tal o cual.


Hasta ahí –expresan- buscan sensibilizar a la comunidad, informando. Finalmente ofrecen estrategias preventivas y de atención, basadas en la detección de señales de alarma temprana (¿alarmarse tempranamente?) cosas (rasgos, conductas, señales…) que hay que ver o que no ver, en una persona que supuestamente, creen, puede estar en riego de suicidarse. Se desarrollan e imparten cursos-talleres para capacitar a personas de primer nivel, maestros, trabajadores sociales, enfermeras, médicos, etc. en dos aspectos: ¿Qué ver? (detección) y ¿Qué hay que hacer? (medias y protocolos a activarse) agrupando, tipificando rasgos y conductas (palabra, obra u omisión) llamándole “el suicida”, “conductas de riesgo”, “la conducta suicida”; clasificando ideas, planes y ejecuciones) abundan cursos y materiales para entrenar a las personas para detectar y clasificar si se trata de una cosa u otra; su error es considerar que lo que se dice que es tal o cual persona suicida es una teoría coherente que aborda lo que la gente es, como si se tratase de una esencia, confunden síntomas con estructuras y esencias, que si alguien estudia y se entrena en tal o cual teoría, abordaje y/o estrategia para detectar y atender, logrará detectar a tiempo y con ello evitar una tragedia. Dicho así ¡suena de maravilla!


Como eso nunca se logra, pues la vida excede a las palabras, a los números, a los datos y conceptos, no habiendo ideas ni teoría completas sobre la vida, fracasan. Ante lo cual plantean que por ello los instrumentos y medidas deben ser más exactos, más precisos y contundentes, que gracias a ello seguirán aportando su “granito de arena”, mayor vigilancia y control, todos estén atentos, observe bien a sus hijos y alumnos, porque en cualquier momento algo puede pasar, estableciéndose el miedo y la alarma como eje de acción, que dicho sea de paso es sumamente lucrativo y rentable.


Consideremos algo básico de la experiencia humana: no es posible anticipar el futuro. Y de hacerlo, sólo se podría si uno ha convirtiendo a todo ser en sospechoso/a por la sola presencia de tal o cual rasgo: “Si hay x, entonces sucederá y”. Los más conservadores que no secundan dichas teorías, protocolos y estrategias dirán que el suicidio es un fenómeno multifactorial, que por ello se deben de tomar muchas variables en cuenta, gracias a lo cual se condena al sinsentido estadístico y a la inhibición de atención, predominando abordajes moralizantes de vigilancia y control. Aquí hay que recordar que el suicidio es una opción, el suicidio es del orden de lo humano, no existe fuera del campo de lo humano; las religiones, instituciones y gobiernos han convertido en algo “malo” pues ponen en jaque, o exponen su fracaso, para producir y garantizar estados de bienestar, cosa que también nunca está del todo garantizada.


Tampoco la prevención del suicidio basada en atender la base emocional-afectiva de la gente, como piensan los programas políticos gubernamentales, educativos, de urgencias psicológicas, logra frenar una decisión; creer que si se hace que alguien se sienta feliz, ya no va a tener la idea, intentar o lleva a cabo su suicidio, operar así es establecer como medida preventiva una “persecución por el bien” del otro, para imponerle un bien/salud/normalidad y entones que la persona desista de suicidarse. El suicidio incomoda a las autoridades, gubernamentales, asistenciales y educativas, principalmente por su reclamo social. Que terminan reaccionando y desarrollando planes desesperados y absurdos a partir del reclamo igualmente ingenuo de una parte de la sociedad: ¿Qué está haciendo la autoridad ante estos casos de jóvenes que se desean suicidar? Desencadenándose planes y protocolos de emergencia que nunca lograrán leer ni atender lo que sucede, pues se basan en una moralidad y una disciplina de vigilancia y control, y no en la responsabilidad de cada quien ante su vida, en una visión única de salud mental y calidad de vida, que cada miembro de la sociedad debería de asumir como propia. Ante ello Giorgio Agamben plantea pasar de la calidad de vida a una vida cualificada. Es decir, en lugar de imponer una visión única de lo que es la calidad de vida (salud, bienestar, ser feliz, etc.) en base a parámetros fijos que cada persona debe asumir para adaptarse, que cada cual responda singularmente, cualificadamente, por la vida que tiene.


Como vemos, el asunto y atención -como siempre- están en otro lugar, lejos de los protocolos de atención y emergencia, basados en el control y la vigilancia (policiaca, institucional, nutricional, psicológica, etc.) medias que entendemos son de y para las instituciones, una forma de responder y protegerse desde un bloque grupal en masa (políticas públicas) ahí donde la teoría nunca logrará responder por aquello en cada persona, sin nombre ni nomenclatura, su singularidad. ¿Qué es eso, íntimo, singular, implicado en cada persona, en cada caso?


camilormz@gmail.com



« Redacción »
Camilo Ramírez Garza


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