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Opinión Columna


El amor es un fracaso…


Publicación:27-02-2019
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Quienes reconozcan y asuman esa falla fundamental -ese vacío- de la experiencia humana, lograrán reconocer con ello una potencialidad ilimitada

El amor es un fracaso para jugar. Frase provocativa que condensa muchas cosas de la experiencia humana en general y de la experiencia amorosa en particular.

Hablar del amor plantea un imposible: por más que pensemos, hablemos y escribamos sobre el amor, siempre algo se escapa, las palabras no alcanzan a decirlo todo, pregunten a los poetas –decía Sigmund Freud cuando era interrogado sobre el amor; pues el amor sigue siendo un enigma, un misterio, ninguna palabra o lista de características logra explicar o dar cuenta del amor.


El amor no es la mermelada, ni la frágil idealización (de sí mismo, del otro, de la relación) que no gusta de lo incompleto, que no soporta las diferencias, un puro narcisismo inflado que al más mínimo alfiler se desinfla. El amor real acepta todas las características, no sólo aquellas simples y sin importancia, sino sobre todo aquellas traumáticas, difíciles de aceptar y procesar.


En ese sentido el amor ideal dura lo que duraría la nieve al sol, basta el más mínimo de los rasgos –interpretados como defectos, respecto a la imagen ideal- para que toda aquella fantasía se derrita, desaparezca, apareciendo la frustración, la sensación de fraude. ¿Fraude de quién? ¿De qué? No por nada, cuando alguien se enoja ante su frustración, sabe que en parte su enojo es consigo mismo/a, pues también participó en ese tejido previo de expectativas.


Por otro lado, el amor real es el que resiste, no en el sentido del padecer por una idea de sacrificio, que ilusoriamente cree que un buen día hará que se reciba la recompensa tan deseada de acuerdo al monto de sacrificio y sufrimiento que se ha hecho, como si se tratase de un contrato de inversión, donde el sacrificio se vuelve moneda de cambio, con intereses a ser cobrados, “¿Con tanto que yo he sacrificado por ti?”. Sino que resiste por un deseo que traspasa, que nos rebasa. No soy yo el que deseo, es el deseo, es el amor, que me lleva a tal o cual, no por los méritos ni por las características, como quien hace una lista de cosas positivas y negativas (de mismo/a, del otro/a y de la relación) intentando hacer un mapa del amor, explicando su amor, descubriendo que al hacerlo, siempre algo se escapa, se esfuma y retorna, el amor no se puede explicar.


El amor es un fracaso para jugar, plantea entonces un fracaso, pero no en el sentido de que tal o cual realizaron determi.nada cosa que hizo que fracasara la relación, sino en el sentido formal, estructural. Es decir, el fracaso del amor ideal, es el fracaso de las expectativas de perfección e completitud, de satisfacción inmediata en el lugar del otro, eso que estructuralmente está presente en el deseo humano: no hay forma ni cosa en el mundo que logre satisfacer directa y completamente el deseo humano, pues éste es en principio, insatisfecho, por ello demanda realización, pero sobre todo invención, puesta en juego de aquello que se desea hacer de manera inédita. Ya que el amor no es, sino, siendo, se inventa, se apuesta.


Quien vea dicha falla estructural –como aquella elemental al ser hablantes del malentendido- como un defecto de sí mismo/a, del otro y de la relación, se condenará a vivir en el reclamo eterno del “¿por qué no puedes darme lo que pido?” esperando que con ello, un día el otro podrá traducir al cien por ciento sus deseos, y que al hacerlo, entonces y sólo entonces, será feliz. Y como eso no se logrará nunca, ya que el amor es un fracaso de lo ideal, no hay coincidencia entre lo idealizado y lo real, la queja se mantendrá.


Quienes reconozcan y asuman esa falla fundamental -ese vacío- de la experiencia humana, lograrán reconocer con ello una potencialidad ilimitada en las diferencias, tanto de sí como del otro. Solo entonces, después del fracaso, se comenzará a jugar. Jugar no en el sentido de simular algo para el otro, no tomarle en serio, sino al contrario, jugar como algo que deslocaliza el control ideal en el centro de la experiencia del amor, justamente parar poder crear la relación, respondiendo ahora de maneras más creativas y singulares, sin miedo ante las fallas, el vacío y lo incompleto, sino organizadas por el deseo

 



« Redacción »
Camilo Ramírez Garza


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