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Opinión Columna


Miento… ¡luego existo!


Publicación:13-12-2018
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El arte de mentir no solo se apoya del lenguaje verbal, se puede mentir de muchas maneras, con actitudes, con una sonrisa, con gestos

Desde niños crecemos rodeados de mentiras, nuestra infancia transcurre prácticamente en medio de un mundo de fantasía y realidad distorsionada provocada por nuestros padres como mecanismo de protección -en muchos de los casos- y otro tanto, por la imaginación que desarrollamos a la hora de jugar, cuando vamos tomando conciencia y descubriendo la vida misma.

Todos, a lo largo de nuestra vida, hemos recurrido a la mentiras, es parte de nuestra naturaleza, desarrollamos incluso la habilidad para hacerlo -por más golpes de pecho que nos demos-, mentir para nadie es desconocido que es algo negativo, no por la carga ética, moral o religiosa que esto pudiera representar, sino por la serie de consecuencias que sin duda hemos padecido tantas veces después de mentir, independientemente de que la mentira haya sido expuesta, o solo nosotros seamos los únicos en saberlo, sin embargo, a diario nos enfrentamos con la decisión de hacerlo, o no.

Mentir no solo es distorsionar la verdad, lo hacemos para ocultar información, para evitar pasar por un episodio de vergüenza, por conveniencia, para quedar bien, por interés, para no lastimar o hacer sufrir a otra persona, por presión, por miedo, por defensa, por no saber decir NO, o no saber tomar decisiones; hay incluso quienes lo hacen por diversión.

El arte de mentir no solo se apoya del lenguaje verbal, se puede mentir de muchas maneras, con actitudes, con una sonrisa, con gestos, incluso hasta con nuestra ropa, o imagen personal.

Se miente no solo a los demás, hay quienes se mienten y engañan a sí mismos, ya sea de forma consciente o inconsciente, fabrican y consumen sus propias mentiras y llegan a un punto en que pierden la noción de quienes son en realidad, viviendo atrapados en enredos, que cuando intentan salir, entran en un círculo vicioso que los envuelve más.

Existen personas con trastornos patológicos, mienten compulsivamente, con una desproporción sin control; en muchos de los casos ya ni siquiera lo hacen de manera premeditada, las mentiras fluyen de forma natural e inconsciente, que incluso, si deliberadamente intentan no hacerlo, al final tarde o temprano caerán en una.

Hay personas que mienten para manipular emocionalmente, necesitan controlar a otras personas para mantener su círculo social de forma artificial, para sentir afecto, o cariño aunque sea basado en mentiras, sin medir las consecuencias de que este tipo de conductas a lo largo les va a traer.

Abusar de forma desmedida de las mentiras, genera problemas emocionales y psicológicos como ansiedad, nervios por vivir con el miedo constante a ser descubierto, estrés por mantener una imagen falsa para sostener la mentira creada.

Podemos mentir de muchas maneras, por lo general se hace por una razón o interés particular, lo que llamamos mentiras piadosas terminan siendo “bien vistas” o justificadas, aunque es una mentira, la juzgamos en función de la intención, pues generalmente se miente para proteger, para no lastimar, ofender o herir sentimientos. Sin embargo, la intención no altera el hecho de que finalmente es una mentira.

Hay mentiras en las que participamos a veces sin meditar que lo estamos haciendo, cuando caemos en exageraciones, o cuando corremos algún rumor o chisme, e incluso las fake news, pues el dar por real información que no nos consta es una forma activa de mentir. La gravedad de este tipo de mentiras no está en la información, sino en las consecuencias que puedan provocar.

Para muchas personas, mentir resulta demasiado sencillo, incluso a las personas que aman, no miden el impacto de sus mentiras, aún y cuando la intención pueda no ser mala, cuando son descubiertos y quedan evidenciadas sus mentiras, caen nuevamente en la tentación de volverlo a hacer para ocultar sus historias falsas, pues a un mentiroso le es muy difícil aceptar sus fallos, aunque éstas acciones terminen lastimando a sus seres queridos.

Las mentiras hacen daño cuando te das cuenta que has sido engañado, la sensación de descubrirlo duele y hiere los sentimientos, pero paradójicamente, hay personas a las que nos les gusta oír la verdad, cuando la escuchan, experimentan una sensación desagradable y les genera un conflicto de emociones, que a veces prefieren recibir mentiras que una verdad por más honesta que sea.

La mentira afecta y daña las relaciones interpersonales, incluso hasta las limita y cancela, pues al ser descubiertas, desencadenan sentimientos negativos que a veces es difícil de superar para quienes resultan afectados.

Cuando te conviertes en víctima de tus propias mentiras, caes en un estado de autopercepción negativa, afectando tu autoestima, limitando tu crecimiento y desarrollo personal, desestabilizando las emociones y la seguridad en ti mismo. Al caer en un círculo vicioso de mentir, se pierde la noción de la realidad que impide ver el mundo con objetividad y claridad, con ello la pérdida de capacidad para tomar decisiones acertadas.

La credibilidad es un valor que cuesta mucho ganar, una vez que la adquieres te da cierto poder e influencia en tu entorno, sin embargo, hay personas que nos les importa perderla, o no están conscientes de que en un instante, pueden dejar de tenerla.

Mentir se vuelve una constante y hasta puede servir como un mecanismo de supervivencia, pero con el crecimiento, la educación y desarrollo vamos aprendiendo que hacerlo no es precisamente la mejor opción. Hay que tomar en cuenta que las mentiras tarde o temprano se descubren, por más habilidad que tengamos para mentir. Y lo más importante a considerar es que las consecuencias pueden dañar a nuestros seres queridos o incluso a nosotros mismos, pero al final tú decides: “Existir sin mentir”.

Twitter: @cristobelizondo
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« Redacción »
Cristóbal Elizondo


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