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El afán y la vida de cada día, el tiempo ordinario


Publicación:19-01-2020
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Jesús en el Evangelio nos recomienda esta postura ante la vida, vivir con consciencia y conciencia el presente, asumir la tarea, el afán de cada día

Lo ordinario, clave litúrgica fundamental para poder entender las entrañas de una espiritualidad verdadera, porque celebrar lo ordinario es celebrar lo verdadero de la vida, lo más auténtico lo que traemos entre manos todos los días. Jesús en el Evangelio nos recomienda esta postura ante la vida, vivir con consciencia y conciencia el presente, asumir la tarea, el afán de cada día más allá de pretensiones de futuro y de seguridad

La luz
Tras el adviento y el tiempo de Navidad, volvemos en la liturgia a lo ordinario. Esta clave litúrgica es fundamental para poder entender las entrañas de una espiritualidad verdadera, porque celebrar lo ordinario es celebrar lo verdadero de la vida, lo más auténtico lo que traemos entre manos todos los días. Jesús en el Evangelio nos recomienda esta postura ante la vida, vivir con consciencia y conciencia el presente, asumir la tarea, el afán de cada día más allá de pretensiones de futuro y de seguridad. La eternidad se gesta en la vida de cada día, en cada momento, en cada encuentro, y eso ocurre cada día. No podemos añadir un codo nuestra estatura, ni un día a nuestros años, pero sí podemos adentrarnos en lo cotidiano y hacernos cargo con conciencia de cada día, porque a cada día le basta con su afán. Basta de agobios y preocupaciones extraordinarias ocupémonos de lo diario.

Un modo de pensar y sentir

La cultura actual se muestra ávida de lo extraordinario, de las sensaciones y emociones nuevas, pretende hacer de la vida espectáculo para mantener un nivel de bienestar y huir del vacío interior. Los medios de comunicación y las relaciones personales bailan, con normalidad, a ese ritmo tan rápido como superficial. Casi todo parece de usar y tirar. Pero la vida real no va por esos caminos, lo auténtico camina por otras veredas, no muy transitadas, pero que conducen a la verdadera fuente donde está la única agua que puede apagar y saciar de una vez por todas nuestra sed: las veredas del silencio y la contemplación, de lo continuo y lo constante, de lo diario y lo fiel, de lo callado y sentido, de lo sufrido y lo amado, de lo aceptado y entregado. El tiempo ordinario en la clave litúrgica es el marco propio de la vida oculta y sencilla de Nazaret, donde se gesta lo que después será considerado más extraordinario de la historia, sin esta vida sencilla y diaria no habría pascua verdadera, ni entrega radical, no habría muerte en libertad, ni resurrección liberadora. El grano de trigo ha de caer en la tierra de lo diario para un día poder ser espiga. La verdadera vida y el compromiso auténtico pasa por lo diario.

Lo de cada día

La profundidad del compromiso en la vida del creyente tiene su raíz en la vida misma. Abrirse a lo que es más diario en nosotros, desde lo más básico, ha de ser asignatura fundamental. Tomar conciencia de nuestra respiración, los latidos del corazón, poder ver, andar, tocar y sentir, recibir la luz del sol, sentirnos parte del universo, saber que la naturaleza está en nuestras manos para sanarnos y llenarnos de vida y, sobre todo, la conciencia de la gratuidad en lo mas estructural de nuestras existencias. Cada día es un don regalado y viene con el deseo de la sabiduría de lo diario, la que proclama que el día a día no se puede guardar, es para gastarlo en luz y en verdad, para fecundarlo con eternidad. La sabiduría que hace de lo diario lo extraordinario, del momento la siembra de lo permanente. Recibirlo de un modo agradecido y entregarlo ilusionadamente es la tarea del hombre creyente que se abre al compromiso de la vida, queriéndola vivir desde lo más cotidiano y más básico, desde la respiración anónima al cuidado de una tierra que se abre y recibe la semilla, cuando el sembrador con esperanza se arriesga enterrándola en el surco.

La vecindad

Y en lo diario, lo vivido y lo amado. Aquí nadie se hace alguien sino es con el otro. La realidad de la alteridad también regalada es el altar en el que lo divino se hace totalmente humano. Es el otro, el tú, quien posibilita que yo sea yo, tenga singularidad e identidad. Me hago en la relación con los otros en lo diario, sin pretenderlo soy hijo, hermano, vecino, compañero… hasta enemigo y anónimo. Todo me viene autentificado por mi relación con los otros, estoy en ellos y ellos en mí. No puedo decirme ni conocerme sin el vivir diario con los otros. No puedo ser sin Nazaret: hijo, vecino, trabajo, calle, camino, tierra… Jesús descubrió al Padre en los hermanos y a los hermanos en el Padre, pero lo hizo en lo oculto del vivir sencillo y constante, donde la vida se hace filosofía y las decisiones de lo cotidiano se convierten en dogmas del sentir y del amar. Abrirme y valorar las personas que cada día me encuentro y que son las cotidianas en el camino de la existencia es reconocer la presencia de la imagen de Dios que todos llevamos dentro, la que no se agota en cada individualidad, sino que se complementa y se encuentra con todas las imágenes que hay en los otros, sean quiénes sean, sin exclusión alguna.

El trabajo de la vida

Por un trabajo decente y digno, por un trabajo humano. Somos colaboradores de Dios y lo somos no en acciones extraordinarias o puntuales, sino en el compromiso de un trabajo que se define por su bien interno. Nuestra dignidad nos constituye en cocreadores de la obra divina. Dios sostiene y mantiene nuestro mundo y humanidad, pero la pone en nuestras manos, en nuestro protagonismo personal, para que avancemos en la construcción de su reino. Se trata de saber que todo lo que trabajo tiene sentido, no tanto por lo que yo obtengo realizándolo, sino por lo que otros reciben de mí al hacerlo. El bien interno de todo trabajo está en el servicio que ofrezco a los demás, sólo así soy imagen de este Dios que diariamente y de un modo gratuito me regala la vida y el mundo, para que yo pueda ser tan gratuito y bondadoso como él. La dignidad del trabajo no sólo esta fuera de mí, sino en los sentimientos con los que yo colaboro. Ni que decir tiene, que esta gratuidad nacida de la fe, y hecha compromiso, no puede casarse de ninguna manera con la injusticia. No es de recibo que el trabajo se haya mercantilizado arrastrando una deshumanización que no genera ni bien-estar para todos, ni mucho menos bien-ser. La desigualdad basada en la inequidad es terrorismo de lo diario, hoy necesitamos con urgencia el compromiso por un trabajo decente y digno para todos. Todo lo que hagamos cada día por dignificar a los trabajadores y su labor será material eterno del reino de Dios.

El servicio y la generosidad

La esperanza de lo utópico y del reino pasa por el afán de cada día. Es en lo diario donde podemos buscar el reino de Dios y su justicia, lo extraordinario vendrá por añadidura. El reto del día a día es la “casa común”, nuestras aspiraciones se cifran en los deseos más profundos de lo humano, en los que se revela la voluntad amorosa y compasiva de Dios Padre: la fraternidad universal, la dignidad de cada ser humano, los derechos básicos de cada persona, la justicia que reconoce el valor de lo humano más allá de razas, fronteras, religiones… Pero esta grandeza pasa por la sencillez, de saber decrecer para crecer, de vivir con menos para vivir más, de entregarse para enriquecerse. Por eso las claves de lo diario han de fundamentar lo que es la entraña de nuestra fe: El cuidado de la naturaleza, nuestra casa, el cuidado de cada uno de nosotros, templos del Espíritu, el cuidado de nuestros hermanos, la familia universal.



« Redacción »