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La Palma, entre bosques, lava y sal


Publicación:22-12-2019
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Un paseo por Santa Cruz, senderismo entre volcanes en Taburiente y un chapuzón en las piscinas naturales de Puerto Espíndola.

Día de contrastes paisajísticos en la isla canaria

La llamada isla bonita es un monumento natural de armónicos y abruptos contrastes, de la húmeda arborescencia de su interior a su chasis volcánico, y playas de arena de lava molida. “Es el país más delicioso de cuantos hayamos encontrado en las islas de esta banda”, escribieron los primeros cronistas castellanos en el mismo 1492 que Colón pisó América. Con su amable aspecto de un corazón extendido, 706 kilómetros cuadrados de superficie y declarada en 2002 reserva de la biosfera, posee los volcanes más jóvenes (junto a El Hierro). Su escarpada franja central establece un perfecto díptico, forestal y volcánico, y orienta la distribución de sus municipios, que siguen la demarcación de los antiguos cantones aborígenes de Benahoare (como llamaban estos a la isla), con proporcionada salida al mar. Tierra natal del diseñador Manolo Blahnik y del malogrado poeta Félix Francisco Casanova (fallecido a los 19 años), La Palma tienta con sus cónicos dulces de rapadura, el Carnaval de los Indianos y las fiestas de la Bajada de la Virgen de las Nieves, que vuelve en verano de 2020.

   Santa Cruz de La Palma es un museo viviente del esplendor que conoció durante los siglos XVI y XVII, cuando era un puerto neurálgico y asentamiento de notables de Flandes. El encanto se inicia ya desde su fachada marítima: una grácil alineación de casas bajas de encendidos colores y balconada colonial. Pero es solo un reclamo de la belleza de sus adoquinadas calles traseras, en torno a la calle Real (1), arteria principal, en la que se suceden palacetes, iglesias y casas solariegas que dan cuenta del sincretismo de su esplendor, con facturas renacentistas y decorados flamencos junto a elementos barrocos, neoclásicos y modernistas. Sus dos umbrales son la Casa de Salazar (2) (O’Daly, 22), un fetiche colonial devenido en un activo centro cultural, y el recoleto Museo Naval (3), instalado en una réplica de la carabela Santa María de Colón. La colindante plaza de la Alameda es un lugar que bien merece un café mañanero, antes de la visita al variopinto Museo Insular (4) (plaza de San Francisco, 3), donde una interesante pinacoteca convive con disecada fauna marina en un antiguo convento franciscano de 1508.

   Ningún enclave permite apreciar mejor la encrucijada palmera como el túnel de la Cima —llamado el túnel del tiempo—, que atraviesa la isla de este a oeste, desde la boscosa Breña Alta (5) hasta el valle que acoge las poblaciones de El Paso (6), Los Llanos de Aridane (7) y el pueblo marinero de Tazacorte (8), desde cuyo sol poniente mejor se divisa, dicen, la legendaria isla de San Borondón. En apenas 1.200 metros de subterráneo se pasa de un paisaje que recuerda a la frondosa grupa de un dragón dormido envuelto en neblina a un sol radiante. Al salir es recomendable acercarse al mirador del Llano del Jable (9), bajo el Pico Birigoyo, y completar después la vista —desde el ángulo noroeste— en la terraza del mirador del Time.  

   Los Llanos de Aridane, suerte de capital alternativa, irradia un aire cosmopolita en su alegre y bulliciosa plazuela, presidida por El Quiosco y la cafetería Edén, con terrazas tocadas de laureles de Indias. La apertura de espacios culturales y galerías como García de Diego (Real, 48), junto al proyecto del CEMFAC, que ha promovido murales callejeros firmados por artistas como Javier Mariscal, Ouka Leele, Chema Madoz, Luis Mayo o Pedro González, le dan a esta villa un cariz de modernidad. También algunos restaurantes muy originales, como El Duende del Fuego (González del Yerro, 11), cuyo chef, Pedro Castillo, se nutre de productos de pequeños agricultores y ganaderos locales.

   Un dilema se plantea aquí sobre cuál de los mundos contrapuestos visitar esta jornada: si dirigirse al norte, rumbo a Los Tilos, o alcanzar en el sur la casi lunar explanada de las salinas y el faro de Fuencaliente (10). De optar por la segunda, al final de la Ruta de los Volcanes hallará este confín sureño con un delta de lava juvenil, arcillosa al tacto, como un crocanti de rojizos resplandores. En Fuencaliente tuvo lugar la erupción del volcán Teneguía en 1971, que hizo ganar a La Palma más de dos kilómetros cuadrados. Los herederos de Flor de Sal, firma que cultiva las pequeñas salinas, aún recuerdan cómo las lenguas de lava se detuvieron ante las mismas puertas de la factoría. Hoy domina el lugar el restaurante El Jardín de la Sal (11) (carretera La Costa-El Faro, 5), con imponentes ventanales sobre la blanca sal, la lava negra y el mar abierto.

De la costa al cielo

   Rumbo norte, una buena opción es el parque nacional de la Caldera de Taburiente, una isla en el interior de la isla y paraíso senderista. Junto al hondo cráter de Taburiente (12), de 1.500 metros de profundidad, se alza la imponente cima del Roque de los Muchachos (13), de 2.426 metros, el segundo pico más alto de Canarias tras el Teide. Terreno de iniciación en el pastoreo para los muchachos aborígenes, según la leyenda que le da el nombre, es ahora sede del Instituto Astrofísico de Canarias, un complejo de telescopios internacionales bajo uno de los cielos más límpidos del planeta que ofrece visitas guiadas.

   Las piscinas naturales de Charco Azul, entre San Andrés y Puerto Espíndola, con buenos servicios y acceso gratuito, invitan a un confortable chapuzón frente al océano.ampliar foto

   Las piscinas naturales de Charco Azul, entre San Andrés y Puerto Espíndola, con buenos servicios y acceso gratuito, invitan a un confortable chapuzón frente al océano.

Charco Azul

   La doble afluencia de agua, desde cielo y subsuelo, propicia el fresco microclima interior de La Palma, que llega a su apogeo en la reserva de Los Tilos (14), cuajada de endemismos como el til (que le da el nombre), el barbuzano, el laurel o el viñátigo, de hoja anaranjada. Un interés añadido en el municipio de San Andrés y Sauces son las piscinas naturales de Charco Azul, en Puerto Espíndola, una explanada de lava regada por la marea con terrazas desde donde divisar el océano.

   De vuelta a Santa Cruz, a 25 kilómetros al sur, se comprueba que la ciudad merece una visita a cualquier hora y deambular por la avenida Marítima  y la angosta travesía de Álvarez de Abreu , que aglutinan tascas y bares. A las afueras, dos restaurantes populares cuentan con pequeños reservados rústicos: Chipi-Chipi  y Casa Goyo (próximo al aeropuerto), especializados (nuevo dilema para el viajero) en carne y pescado fresco, respectivamente.



« Redacción »