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Tiempos de Paz


Publicación:22-12-2019
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Tiempos de amor y reencuentro con la familia y con nosotros mismos, son los que vivimos por estas fechas año con año, desde hace siglos.

Tiempos de amor y reencuentro con la familia y con nosotros mismos, son los que vivimos por estas fechas año con año, desde hace siglos. No sé si este sea, modernamente, el milagro de la humanidad cristiana y católica que en su gran mayoría están concentrados en el llamado mundo de Occidente u occidental.


Siendo una ignorante casi total y absoluta de Historia de las religiones en el mundo, por lo mismo, ignoro las fechas de la conmemoración del nacimiento de la divinidad en otras religiones, pero sí sé que algunas conmemoran el 23 de diciembre otras un día entre septiembre y octubre, y una más en abril.


Lo cierto es que la gran mayoría de las religiones por estas fechas tienen costumbres, ritos y simbolismos orientados hacia la comunión con el alma, la naturaleza, la devoción a su dios, procurar la paz, una conducta recta, amar al prójimo y la abstención en la ingesta de bebidas alcohólicas y drogas.

Entre algunas de las religiones incluso existe una tolerancia respetuosa hacia las creencias de los demás; con ciertas excepciones, en donde la religión resulta un punto de gran conflicto y hasta de desprecio por el otro.


En fin, esto va derivando hacia lo opinativo, y esa no es la idea. El propósito introductorio solo pretende ambientar, introducir sobre lo que será el tema de hoy para mi texto creativo o cuento, la Navidad.

Justicia para Graciela


Olga de León

El año próximo a terminar no había sido nada bueno en sus últimos cinco meses, ni siquiera medianamente regular. Ella anhelaba que terminara, le había ido bastante mal, comparado no con otras personas, sino con años anteriores, respecto de los últimos dos lustros, por lo menos. Y en algunos aspectos, incluso frente a los peores años, en más de treinta.


Pero esa noche entendería que bien poco era su infortunio, nada, si pensaba en Graciela, una mujer que en menos de diez minutos le confió sus tristezas y verdaderas penurias y agravios sufridos, y la dejó con el inmenso dolor de la impotencia para ayudarla.


Habían bastado dos preguntas simples y sencillas, así como un pequeñísimo obsequio de Navidad, que me había nacido regalarle. Esta era apenas si la tercera vez que la veía. Le entregué una cajita envuelta en papel con motivos navideños, al tiempo que le refería lo que contenía el obsequio: son unos chocolatitos, dije abiertamente. La encontré a la salida de mi oficina, y me dio gusto que fuera una mujer, ella, a la que ya había visto antes supliendo al empleado de planta allí. No soy sexista, pero prefiero dar algún regalo a una mujer y no a un hombre; a menos que se trate de un ancianito, o de un niño.


A la dueña de esta historia, como en otras ocasiones, le gusta hablar en primera persona y a mí me deja en papel de personaje o narradora omnisciente. Eso no me molesta, por el contrario me complace jugar a que no existo en el mundo real y soy juguete en manos de mis creaturas. Aclarado esto, seguiré -seguirá- con el relato de esta triste historia que espero tenga algunos logros o, en el menos peor de los casos, un desenlace relativamente afortunado. Nunca se sabe cuando entramos en la vida de otros…


La pregunta primera que le hice a la mujer, fue: ¿cómo se llama usted? Graciela, me respondió. Bonito nombre. Gracias. La segunda fue: ¿tiene hijos? Sí, tres… pero, viven con su papá. He aquí la clave de todo el subsecuente diálogo: ¿Por qué?, le cuestioné. Por donde empezaré la historia verdadera, la ruda y cruel realidad de esta mujer guardia en el edificio.


Yo vivo sola, rento un cuartito, aunque tengo mi casa, bueno mía y de mi marido… Pero no puedo estar allí. Y, ¿él, dónde vive, con otra mujer? No, solo trae novia, pero se fue a vivir con su mamá llevándose a mis hijos… Me los quitó porque me decidí a dejarlo después de la última paliza, además de golpes con los puños en la espalda, la panza y el pecho. En la cara casi no me pegó nunca, para que nadie me viera golpeada… Pero sí me arrastraba por el suelo jalándome de mis cabellos y me golpeaba la cabeza contra el piso varias veces.


La mujer hablaba pausadamente pero sin detenerse, como si tuviera una gran necesidad de ser escuchada. Y, ¿nunca lo denunció? Sí, varias veces, pero como yo no sangraba, no lo detenían. Además, una hermana de él es policía y le hacen el paro, o como se diga: siempre la ayudaban para que el hermano, o sea mi esposo saliera bien librado y volvíamos a la casa y me iba peor… por haberme quejado. Así ha sido siempre, hasta que me decidí a irme y buscar quien me ayudara a defenderme para un divorcio que me concediera tener a mis hijos y que pudiéramos vivir en nuestra casita… que se debe, pero yo estaba dispuesta a seguir pagándola.


Pues no se pudo, todo me salió mal… y un abogado me dijo que mejor así dejara las cosas, porque mi marido podía hasta pedirme pensión, pues yo ya tenía dos trabajos. Quiero que mis hijos estudien… su papá no quiso pagarle la prepa al mayor, le dijo que no estudiara que se pusiera a trabajar, yo se la pago.


Entonces, sí ve a sus hijos. Solo los fines de semana, cuando me avisa mi suegra que su hijo no está, yo paso por ellos y los tengo conmigo uno o dos días cuando mucho. Bueno, pero y la casa donde vivían… ¡Ah!, pues un día fui a meterme allí, sabiendo que la casa estaba sola… Con tan mala suerte, que llegó al día siguiente mi ex y después de darme tremenda golpiza, me arrancó toda mi ropa, toda, toda, y me dejó desnuda, y me aventó a golpes a la calle amenazándome con que si volvía, me mataría.


Gracias a Dios, una vecina oyó mis gritos, y se apiadó de mí, me cubrió con un abrigo y así me llevó a que presentara la queja. Yo le decía que no quería ir así como andaba: desnudo todo mi cuerpo, solo con un abrigo de ella puesto. La pobre creía que sería más efectivo en el mismo instante de la agresión. Una vez más de nada sirvió.


Yo, la autora real de esta historia, la que escribe y se siente impotente, me niego a continuar. No puedo más. Me despedí deseándole lo mejor, subí a mi cochecito, arranqué y avancé menos de cincuenta metros, me detuve porque no lograba ver nada: mis ojos se bañaron en llanto, y con el rostro elevado solo atiné a decir: dios, en dónde estás; en dónde estabas cuando esta mujer te ha necesitado tanto. Olvídate de mí, yo sola puedo con lo mío, que no llega a casi nada. Te prometo no volver a quejarme de mis dolores, ni de mis tristezas reales o ficticias… Pero, por lo que más ames en tu reino ayuda a tantas mujeres como Graciela.


Obviamente, Dios no me escuchó, o no existe o se “sordeó”, o quizás él como yo, ya no puede, se declara impotente ante la maldad de los hombres.


¡Este iba a ser un cuento de Navidad!, y casi lo es. Que la historia es muy reciente y el pequeño obsequió lo di con ese motivo: una muestra mínima de empatía con los amigos y con los que no lo son pero nos dan tanto todo el año: nos saludan por la mañana, nos abren la pesada puerta de cristal, se ofrecen a ayudarnos con los libros, la mochila o lo que traigamos más pesado las mujeres ya en edad respetable. Otros nos dan la cita médica, unos más son los médicos que cuidan nuestra salud. Algunas amables secretarias atienden a lo que necesitamos, los compañeros de cubículo, siempre nos regalan una sonrisa y un ¿cómo amaneció, maestra?, o cómo sigue, si saben que estuvimos enfermos.


La Navidad es una linda fecha en la que sea que festejemos con profundo sentimiento y fervor religioso el nacimiento del Niño Dios, o solo nos congratulemos de vivir estas significativas fechas y de ver un nuevo amanecer ya muy próximo a un Año Nuevo, todos estamos contentos de compartir con la familia nuestro cariño, nuestra ternura, nuestros mejores sentimientos y, en una palabra que jamás he usado vanamente, nuestro amor.


¡Feliz Noche Buena, y Feliz Navidad!, para toda la gente del mundo que festejamos en un par de días, el milagro de la vida con la llegada de un niño dios, que algunos siguen esperando (hebreos); y otros, somos tan blasfemos que empezamos a dudar del mejor Cuento de Navidad: el Nacimiento del Niño Dios; a pesar de reconocer que es, ¡históricamente irrefutable!



« Redacción »