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Contra la censura


Publicación:20-12-2019
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La polémica suscitada en torno a esta obra no cesa desde hace una semana,

“Quien censura o solicita la censura evidencia no ser humanista”, enfatiza uno de los analistas de arte con mayor solvencia crítica en el país a propósito de la desmesurada calamidad que se ha armado en torno a la pintura “La Revolución” de Fabián Cháirez, montada para la exposición Emiliano Zapata después de Zapata en el Palacio de Bellas Artes.

La polémica suscitada en torno a esta obra no cesa desde hace una semana, motivo por el cual la familia Zapata la calificó como “inadecuada” en un comunicado oficial, mismo que el INBAL reprodujo en una cédula que se colocó a un costado de "La Revolución", además de retirar la imagen de la pintura del paquete de prensa que, desde un inicio, desató la controversia... 

El rechazo que en diversos foros ha sido indispensable patentizar frente a la pretensión de algunas personas de retirar una obra artística de las 141 que integran la exposición colectiva Emiliano Zapata después de Zapata −que se presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes del 27 de noviembre de este año y hasta el 16 de febrero de 2020−, lleva a recordar que la censura es inadmisible en todo régimen democrático; que las conquistas en favor del respeto a los derechos humanos (en este caso, de los culturales) nunca son definitivas, y que nos corresponde a quienes somos parte de la ciudadanía no conservadora oponernos a cualquier intento de censura, participar en la defensa de los derechos humanos hasta lograr su plena observancia y asimismo intervenir en la erradicación de los analfabetismos artístico y derechohumanista que privan entre amplios grupos poblacionales.

      La censura −esta vez, la alusiva a la esfera artística visual− es de suyo antidemocrática, dado que implica un acto autoritario que, por ende, es represivo, mediante el cual una persona o un grupo de individuos se arroga de manera ilegítima la decisión de qué podemos ver y qué nos está vedado mirar al resto de quienes integramos la sociedad, lo cual constituye un agravio para las capacidades con las que contamos para discernir, con base en nuestros marcos de referencia, qué es lo que se nos presenta y, consecuentemente, asumir una postura al respecto. Quien censura o solicita la censura evidencia no ser humanista al desconfiar de las capacidades humanas para comprender los hechos. Y, en numerosas ocasiones −entre las que descuellan los casos de cualesquiera extremismos−, evidencian el miedo a la propagación de conceptos que los censores o quienes piden que se ejerza la censura consideran (irreflexivamente, la mayoría de las veces) como amenazantes para la continuación del statu quo.

      Abogar por la libertad de expresión, de creación y de difusión de quienes son artistas, y de apreciación o consumo cultural por parte de quienes conformamos los públicos, no equivale a avalar todas las ideas que las obras de arte contengan y, por eso mismo, transmitan. La defensa del ejercicio de estas libertades no es neutral, pues su práctica habrá de estar basada en el respeto irrestricto a los derechos humanos. El retirar una obra de una exposición constituiría un atropello para el ejercicio del derecho que tenemos tanto quien la realizó como las personas que conformamos el cúmulo de públicos potenciales o efectivos a quienes nos está destinada, de participar libremente en la vida cultural, la cual es una prerrogativa que está señalada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y tratar de impedir que una obra sea vista, esgrimiendo un discurso intolerante e incitando al odio (en el caso de la mencionada exposición que se exhibe en Bellas Artes, externando arengas homofóbicas y recurriendo a la violencia verbal y a la física contra integrantes de la comunidad LGBTI) implica la pretensión de atropellar los derechos y las libertades que se estipulan en la mencionada Declaración.

      Los llamados a la censura son recurrentes, de ahí que las conquistas de la ciudadanía en favor de un medio cultural en el que no quepan el autoritarismo ni la represión no puedan ser consideradas como irreversibles. Como se sabe, en 1988 hubo un embate de la derecha en contra de las libertades artísticas (de expresión, de creación, de difusión y de apreciación o consumo cultural). De manera semejante como ahora aconteció con la exposición Emiliano. Zapata después de Zapata, personas que no formaban parte de los públicos habituales de las exposiciones, lideradas por un individuo, irrumpieron en 1988, de manera intimidatoria, en el Museo de Arte Moderno de la capital mexicana exigiendo de modo arbitrario que no continuara exponiéndose una de las piezas que formaba parte de un certamen. Con la finalidad de conseguir su propósito, pero sin recurrir a argumentos estéticos ni artísticos, alegaban que el uso de imágenes destinadas al culto religioso en esa obra les parecía ofensivo. Algo semejante ha sucedido con la citada colectiva que se muestra en el Museo del Palacio de Bellas Artes: personas que no son parte de los públicos que acuden con frecuencia a ese ecinto, y que responden a una dirigencia, irrumpieron de un modo por demás amenazante en el Palacio de Bellas Artes con la pretensión de que una obra artística de entre las que integran la exposición que forma parte de las actividades oficiales del Año del Caudillo del Sur dejara de mostrarse. Tampoco utilizaron alguna explicación que no fuera una extra-estética y extra-artística; dijeron −como desde días antes lo habían asegurado en redes sociales y en entrevistas− que encontraban denigrante la representación de un personaje del culto civil: Emiliano Zapata.

      Habrá que insistir en las diferencias que existen entre los juicios de valor y los juicios de realidad. Los primeros tienen que ver con la manera en la que los hechos nos afectan. Y eso tiene que ver con la amplitud o estrechez de nuestros marcos referenciales, así como con el acceso que tengamos a información actualizada y especializada; en el caso presente, a la que concierne a temas de la cultura artística. Los juicios de realidad, por su parte, derivan de razonamientos basados en datos y aspiran a evitar la falta de objetividad. Es preciso insistir en la urgencia de incorporar contenidos de cultura científica, tecnológica y artística en todos los niveles de la educación escolarizada, así como en la necesidad de difundir tales contenidos en medios de comunicación masiva, con especial énfasis en la Internet y las redes sociales. Muchos de los intentos de censura en el arte son consecuencia del analfabetismo que, en materia de cultura artística, padecen amplios grupos demográficos, situación que subsiste porque así le conviene al poder hegemónico global; si esto es así, hay que contrarrestarlo. Pero, asimismo, los llamados a que se censure generalmente son unos de los resultados de la falta de conocimiento que se tiene entre amplios sectores de la población con referencia a los derechos humanos.

      Urgen, pues, contenidos sobre este tema en todas las escuelas y en todas las universidades, al igual que se precisa que existan campañas permanentes en las que se difundan los derechos y las libertades a los que, como humanidad, aspiramos.



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