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Pienso y sueño; luego, no existo


Publicación:20-10-2019
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Y desperté con lágrimas en mis ojos y más convencida de que la verdad es una y el error, múltiple.

Esa noche, no lograba conciliar el sueño. Me fui a la cama, relativamente temprano, a las once de la noche. No daba vueltas en mi cama, porque ese es un acto que mis dolencias de columna no me permiten realizar. Así que permanecí con los dos cojines bajo las corvas, el cuello y espalda rectamente sostenidos y solo extendía un poco los dedos de la mano izquierda, porque el brazo derecho gracias a un detallito de distensión en el marquito rotador, tengo que conservarlo sobre otro montículo de cojines: toda una belleza de escenario y escenografía me acompaña en mi cama cada noche, desde hace largo rato.


Quería levantarme, pero sabía que de hacerlo el sueño se me “espantaría” y me ganaría el deseo de leer, escribir o simplemente permanecer despierta frente al aparato idiotizador, que nunca hemos querido meter a la recámara: excelente idea para no espantar ni al amor ni al sueño… Bueno, eso pensamos en casa. Aún ahora que ambos son bienes escasos y, por ello, muy valorados.


No sé exactamente cuánto tiempo pasaría despierta sin levantarme de la cama, sino hasta que escuché un ruido cercano a la entrada principal. Me percaté de que solo yo lo había oído, pues mi marido seguía plácidamente dormido. Esperé a ver si se repetía el ruido. Así fue. Entonces sí, me armé de valor y lentamente me incorporé, calcé mis pantuflas y tomé el control del clima (no sé para qué, pues como arma es bastante ligero y en nada me protegería con él).


Me acerqué hasta la puerta a buen resguardo de cualquier sorpresa, la cabeza asomada desde lejecitos, por el cristal grueso. Antes, encendí la luz de afuera. Nada extraño parecía suceder afuera, en la cochera. Regresé subiendo los seis escalones que había descendido y apagué la luz exterior. Me senté en mi reclinable del recibidor, encendí el aparato idiotizador manteniéndolo mudo. No pretendía verlo ni escucharlo, solo quería cierto remedo de compañía, mientras decidía, volver a la cama o tomar mi diario, y tratar de escribir algún cuento o relato.


Nada se me ocurría. Opté por recargarme en el alto respaldo del reclinable, procurando relajar músculos y nervios. No supe en qué momento me quedé dormida allí. Lo sabría más tarde, después de soñar… y mientras mi cerebro y mi imaginación inventaban alguna fantasía. No sé exactamente cómo funcione esto, pero tuve una premonición: asumí que no estaba soñando sino viviendo entre despierta y dormida un acontecimiento extraño: alguien entraba por la puerta que recién había revisado que estuviese bien cerrada y se paraba frente a mí, que estaba con los ojos cerrados, pero no dormida.
En ese instante, yo no tenía plena conciencia de los hechos, quizás por eso no sentí miedo. Y, menos cuando me doy cuenta que no es cierto que esté recostada en el sofá reclinable. No, no, estaba allí, seguía en la cama, bueno eso supuse al no verme en el sofá.


Me encaminé por el pasillo hasta la recámara y, ya en la puerta, que permanecía abierta como la había dejado al salir para corroborar que el ruido que había escuchado solo había pasado en mi sueño, me doy cuenta que tampoco estoy en la cama, ni en mi lado de siempre ni en el otro, donde estaba dormido mi marido. Mientras esta referencia voy haciendo, caigo en la cuenta de que no podía estar en ninguna de las dos partes que me busqué: ni en el descanset, ni en la cama.


¡Claro!, me dije. Si estoy aquí deambulando de un lado a otro, aquí es en donde estoy. Di unos cuantos pasos a mi derecha ya dentro de la recámara, y busqué mi silueta en medio de la penumbra, en el espejo que está sobre el tocador. -Sin duda el espejo me regresará mi imagen, mi realidad, -me dije.
¡Oh!, sorpresa, el espejo no me reflejó. En ese instante supe que estaba soñando, pero soñaba que no existía. Y no existía porque había dejado de ser alguien para los demás. Todo llegó a mi mente repentinamente, tras estar dilucidando que mis amistades no creían en mí, pues no coincidían con mis pensamientos, tenían ideas muy diferentes. Para aliviar mis temores, empecé a “razonar”: yo misma iba dejando de creer en ellas, o en su bonhomía y humanidad. Y así empecé a escribir mi discurso sobre “Amistades y coincidencias”, que dictaría al día siguiente en el Auditorio de la Facultad de Filosofía, en donde había estudiado hacía un montón de años. Empecé de inmediato, pues palabras e ideas me llegaban de prisa y, para no dejarlas escapar, escribí aceleradamente:


“Cada vez me va resultando más difícil, mantener una relación de amistad con ciertos grupos o personas, a quienes verdaderamente estimo y con quienes he conservado una buena relación por pocos o muchos años. Ya que hoy…” y el discurso se desvió hacia la ejemplificación: “…como nunca antes, las inclinaciones y expresiones abiertas en contra del gobierno sin argumentos realmente inteligentes, ni mesurados y sopesados con los de otros, y especialmente con los que menos tienen, me resultan lógica, humanitaria y sensiblemente, intolerables; aunque nada digo, para no perder su amistad y seguir siendo empática....”.


Tal situación me lleva a pensar (seguía discurriendo) -en un intento por entenderlos-, que tal vez mis amigos no ven la realidad, o quizás no tengan independencia de juicio, para aplicar solo su razón y capacidades sumados a un sentido de empatía con los que no son como ellos, y acallar así su explosión de juicios e improperios contra el actual ejecutivo y algunas de sus gentes en puestos de jefaturas, sin más razón que la que interesadamente divulgan ciertos medios de comunicación y capitanes de empresas, quienes ya no reciben los infames beneficios que desde hace más de treinta años, les otorgaban los gobiernos, sin más merecimiento que comprar conciencias y hacerlos cómplices de su corrupción.


No lo sé -argumento retóricamente-. Me niego a creer que su razón sea corta, que se hayan cerrado a todo lo que no sea como quieren y a todo aquel que no piense igual a ellos. Este razonamiento es lo que me detiene para abandonar a mis amistades enojadas y hasta iracundas contra la decisión de soltar a un delincuente ya aprehendido, para evitar una matanza infame, sin proporciones calculables, de civiles y gente inocente, porque ese grupo tiene un poder tal –que le regalaron los gobiernos anteriores-, que fácilmente sobrepasan a nuestras fuerzas legalmente establecidas. ¿Seguía soñando?, ¿será consecuencia de lo que la tarde y noche anterior se informó?


Acaso mis amigas y amigos no sabrán que el poder de los criminales organizados (junto a los de “cuello blanco” y doble moral que los elevaron en rango) representa el setenta por ciento del poder y control en el mundo? Si sus gritos y rasgaduras de las vestiduras son auténticas, tendrán que pensar más claramente y conocer la realidad, con la que seguramente muchos de ellos no han tenido un contacto ni contubernio directo… Solo indirecto… Me explico, escribí en mi discurso:


Cuando dejan que sus hijos adolescentes fumen, tomen cerveza y alcohol en exceso, vayan al antro, hagan sus fiestas hasta después de las dos o tres de la madrugada… manejen a alta velocidad sus autos y lleguen a casa a la hora que sea, pues se conforman con que lleguen… Esos que tal hacen están alentando al crimen, a la venta de estupefacientes, al lavado de dinero, a todos los que les ofrecen entretenimiento y diversión a sus hijos a toda hora.


Y lo mismo sucede con las mujeres aburridas de su trabajo, doméstico o no, cansadas de las juergas e infidelidades de sus maridos, de la soledad, o que simplemente van acercándose a la vejez y no encuentran mejores motivos de distracción que ir a los casinos… también ellas están favoreciendo a la delincuencia. O qué no saben que los dueños de tales negocios pertenecen al narcotráfico, son delincuentes de cuello medio blanco o grisáceo, o lava dólares. Que, ¿qué es eso de “lava dólares”?, pues son quienes reciben dinero del narco, o de la venta-compra de armas y lavan el dinero mal habido, invirtiendo en sus “empresas”.


¿Hasta cuándo seguirán engañándose y gozando de su vida, de su dinero y su “libertad”, a costa del riesgo en que mantendrán a sus hijos, a sus nietos y a la sociedad que nada tiene que ver con tales formas de diversión ni “estilos de vida”?


O, será acaso que, ¿soy yo quien está equivocada, y no veo al mundo con la misma nitidez? Apenas acabé este pensamiento, supe la verdad: “yo no existo”. Soy un ente raro en un mundo demasiado prosaico.


Y desperté con lágrimas en mis ojos y más convencida de que la verdad es una y el error, múltiple. Mientras la mayoría cree que cada cabeza es un mundo, que cada cual tiene una verdad: ¡cuánta ignorancia: triste realidad!



« Redacción »