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Una guerrerense alcanza el sueño americano


Publicación:13-10-2019
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Por fin, los tres se reunieron en Estados Unidos. El camino fue muy difícil, pero ella sí alcanzó el American Dream...

Reyna Grande vio partir a su padre cuando apenas era una niña en su primera infancia. Dos años después, su madre fue al encuentro de su marido. 

México.— Reyna Grande nació en Iguala, Guerrero, y dejó el terruño para ir al encuentro de sus padres hace 34 años, cuando tenía nueve. “Ya tengo más tiempo allá que acá”, señala risueña al ser entrevistada por Notimex. Primero fue una mexicana ilegal en aquella nación; luego, ciudadana; y hoy, una escritora reconocida. 

Las vicisitudes de una mexicana en los United States

Explica que escribió el libro autobiográfico La distancia entre nosotros, su más reciente entrega literaria, por dos razones. Una, personal, fue la necesidad de escribir sus experiencias de migrante para poder comprender y dar sentido a todas las peripecias que vivió. Ese ejercicio de escritura, asegura, le hizo cambiar su opinión sobre lo vivido.

      —Desde que llegué, la sociedad norteamericana me hizo sentir avergonzada por mi origen, por hablar español, por el color de mi piel, por haber cruzado la frontera y por ser indocumentada. Allá hacen que uno se sienta avergonzado de todo. Escribir el libro fue un acto de celebración, de liberarme de esas vergüenzas infundadas; trasladarlas al papel fue mi manera de gritar, de no callar como la mayoría de los migrantes que llegan a ese país. Poco a poco y cada vez más, comencé a sentirme orgullosa de ser quien soy.

      Además, asegura Reyna Grande, la experiencia de ser migrante le ha granjeado la oportunidad de mirar al mundo desde otra perspectiva, de tener otra opinión sobre la situación que viven millones de migrantes en todo el mundo.

      —Abandonar el país de origen por razones económicas, políticas, sociales o de cualquier otra índole es una experiencia universal. Ahora me siento conectada con los migrantes de todos lados, no solamente con los de México de paso hacia Estados Unidos.

      La otra razón que detonó el tejido de La distancia entre nosotros tiene tintes que oscilan entre lo social y lo político, entre la fraternidad y el deseo de orientar a los demás. “Cuando estaba escribiendo el libro, en Estados Unidos se proponía una estrategia para legalizar a los jóvenes indocumentados, pero el tiempo pasaba y no se concretaba nada, ellos se comenzaron a desesperar y la incertidumbre sobre su situación crecía cada día. Se propuso varias veces en el Congreso, pero hasta la fecha la iniciativa no se ha aprobado”, expone.

      A Reyna Grande le da mucho coraje, le irrita y le enfada la manera como son tratados allá los jóvenes indocumentados. Por eso el libro es un intento de ayudar a la gente a entender esta situación, porque la mayoría de los dreamers o soñadores como ella (niños indocumentados que entran a territorio de Estados Unidos en compañía de sus padres, pero ilegales al fin y al cabo) crecen en esa nación y no logran la nacionalidad ni documento alguno que legalice su estancia; ella sí lo logró, eso y muchas cosas más.

Un regalo por sus XV años

—Tuve la suerte de lograr legalizar mi status cuando tenía 15 años, pero a millones de ellos se les ha negado. Este es mi tercer libro, los dos primeros fueron de ficción. Al terminar el segundo, noté que me sentía impotente por no poder ayudar a esos jóvenes dreamers. Nomás soy una persona, me dije, sin poder ni influencia representativa entre la gente. Sin embargo, descubrí que mi gran poder es el de escribir, por eso decidí contar mi propia historia, con la esperanza de motivar a la comunidad latina y norteamericana en general a apoyar a los migrantes.

      El libro tiene tres ediciones distintas: una en inglés y otra en español para el mercado de Estados Unidos, así como una en español para los lectores de México. La principal enseñanza que deja la lectura de esta historia de vida, de acuerdo con la autora, quien este sábado presentará La distancia entre nosotros en el marco de la XIX Feria Internacional del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México, es que ayuda al lector, en inglés o en español, a pensar más sobre la migración, especialmente a la que son orillados los niños.

      —Para mí eso es importante porque a veces a los niños no se les escucha. La experiencia de un migrante es muy difícil, y lo es más entre los niños porque ellos no entienden muchas situaciones, ni qué pasa en su derredor. Dependen totalmente de los adultos cercanos a ellos y, como niños, no tienen derecho a elegir ni a tomar sus propias decisiones. Por eso la primera mitad del libro está ubicada en Guerrero durante mi infancia, cuando mis padres se fueron.

      La entrevistada escribió sobre su experiencia de la separación familiar, un trauma que, en su caso, ha durado toda la vida. Dice que cuando a un niño se le separa de sus padres, éste no entiende por qué se marchan, porque no saben de la falta de trabajo, que en la casa es necesario el dinero o que los salarios son bajos.

      —Cuando yo era niña pensaba que mis padres se habían ido porque no me querían y eso me marcó de por vida, afectando mi autoestima. Mi papá se fue cuando yo tenía dos años de edad (1978) y mi mamá cuando tenía cuatro (1980). Las sucesivas devaluaciones que sufrió el peso en esos años hicieron que mi padre decidiera ir a probar suerte a los Estados Unidos. Primero pensó en unos años, pero al empeorar la economía en México, optó por no volver. Primero mandó por mi mamá y luego por mis hermanos y por mí. Así fue como a los nueve años yo ya estaba allá.

Una pesadilla traumática

Los primeros años en el vecino país del norte fueron una pesadilla traumática debido a los cambios radicales en su vida, educación y formación. Otro idioma, otra manera de alimentación, otra cultura totalmente ajena a ella. Entre Iguala y Los Ángeles hay una enorme diferencia, que ante sus ojitos de nueve años parecía literalmente otro mundo en el que ella no cabía ni debía estar.

      —Llegué a vivir con mi papá, pero por tanto tiempo sin verlo, ni me acordaba cómo era, fue como si de pronto viviera con un extraño. Además, por no saber hablar inglés me sentía totalmente perdida. Mi sueño entonces era poder aprender a desenvolverme en ese nuevo país, pero se me hizo muy difícil pese a que en Los Ángeles existía, ya desde entonces, una comunidad latina bastante numerosa.

      La voz se le quiebra cuando el recuerdo azota su memoria. —Los niños que nacen ahí, de padres mexicanos, tratan muy mal a los niños inmigrantes, a pesar de que somos iguales en el color de piel y de cabello, de rasgos faciales similares, y de complexión y estatura parejas. Para ellos, no somos iguales y presumen de ser gringos—, lamenta con desilusión.

      Esos niños, si bien es cierto que nacieron en territorio estadounidense, sus raíces son tan mexicanas como las de quienes nacieron en México y luego son llevados para allá. Eso le duele más a Reyna Grande que las humillaciones que ella, su familia y sus compatriotas reciben de los “verdaderos gringos”, pues de ellos se puede esperar todo.

      —De niña yo no pensaba en mi futuro. Fue hasta cuando fui beneficiada con una Green Card o Tarjeta Verde, documento que identifica al poseedor como residente permanente en Estados Unidos, que comencé a planear qué haría con mi vida. Me puse como objetivo hacerme de una buena educación, pues en ese país quien no tiene un diploma universitario no accede a grandes oportunidades de superación.

      Reyna Grande fue la primera en su familia en obtener un diploma universitario, y fue en Estados Unidos. En Iguala, su padre estudió hasta tercero de primaria y su madre llegó a sexto, pero nada más. Para ellos fue algo histórico que alguien rompiera el ciclo familiar de no tener educación. Ella cursó sus estudios en el Pasadena City College y luego en la Universidad de California, Santa Cruz, donde estudió Escritura Creativa.

      —La mía es una historia inspiradora, hubo mucha tragedia, pero tiene un buen final. Estoy agradecida por las oportunidades que he tenido, y cuando veo en los periódicos las fotos de niñas que mueren cruzando el Río Bravo o atravesando el desierto en el intento de llegar a Estados Unidos, pienso en lo afortunada que fui al llegar a mi destino, porque yo pude haber sido una de esas niñas. Ese agradecimiento es lo que me empuja a seguir escribiendo—, rubrica la entrevistada, una Reyna en un cuento con final feliz.



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