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Pequeño homenaje a José José


Publicación:06-10-2019
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Puedo cantarle al amor como cualquier hombre, y puedo amar mejor que cualquiera que cree que ama como nunca ni nadie lo ha hecho.

Una historia personal
Carlos A. Ponzio de León

El sabor de la avena y el karma de sus adicciones se escuchan desde un reproductor de discos compactos. Sobre la pequeña mesa de madera abundan los quesos y las aceitunas, las carnes frías, y dos o tres botellas de alcohol, que a medio acabar se sostienen erguidas, con el espíritu entremezclado con la euforia de la noche.


Canciones de amantes, de amores prohibidos, de amores que nunca tendremos, que nunca dejaremos. Con timidez nos preguntamos si esta o aquella canción se la dedicamos a alguien en especial. Nos encontramos en el sótano de una casa de dos pisos y ático. Hay nieve pronosticada para el día siguiente.


Obedecemos la señal de nuestros ojos. Estaremos juntos mientras la voz que sale del reproductor no termine por cansarnos. No lo hará hasta años más tarde. Mientras tanto, las dudas se dispersan al calor de una hornilla encendida en la cocineta: “Esa canción no se la dedico a nadie, nunca lo he hecho”.


En un estante junto al librero, puede encontrarse vino rosado, whiskey borbón e irlandés, tequila añejo, y otras quince botellas a la espera de ser abiertas semanas o meses después. El toque de mota y el pase de coca están ausentes.


La voz continúa, cristalinamente aguda para cualquier hombre. La biodiversidad ha sido documentada en el estudio de grabación. Los años setentas y ochentas del siglo pasado son registrados por nuestros oídos. Fabricamos otro trago, realizamos una llamada telefónica a nuestro propio país de origen, desde el extranjero, donde se habla otra lengua.


Somos una pareja perfecta escuchando historias que a veces no entendemos, que no nos molestamos en desentrañar. Esa música ha quedado inscrita en corazones que sobrevivirán la muerte del CD y las llegadas de Napster, i-Tunes y Spotify. La voz de José José seguirá cantando desde la nostalgia, arrastrándose por el amor deseado, siendo engañado por un travesti, compartiendo algunos de los aplausos que recibe en el escenario con su nuevo amor.


Dimos la bienvenida a José José en nuestro estudio de 95 Prescott St., departamento 41: Una puerta verde de madera, un love-sit en el que nunca hicimos el amor. Pero en ese estudio realizamos la primera hazaña, en unas horas bebimos una botella completa de litro, de tequila dorado, a punta de caballitos, con fantasías de diferencias de veinte años de edad entre nosotros, de despechos, de olvido a nuestros viejos amores, de valentía y de vergüenzas.


Y ahí está José José: lo puedo ver recargado en la mesa blanca de la computadora, en traje blanco, con su voz clara, entreteniendo a dos chicos en sus veintes, con historias que nunca habrán de vivir, más que a través de sus canciones.


Meses después nos moveremos al sótano de Union St., donde hacen falta las ventanas, y donde el póster de una playa pegado a la pared nos recuerda que nuestros días en ese sitio están contados, que un día dejaremos de ver insectos horribles, horrorosos y horripilantes. Pero mientras tanto, José José volverá a acompañarnos: se sentará frente a nosotros: dos perfectos desconocidos para él; y, sin embargo, volverá a cantarnos.


No asistiría a nuestra boda, pero su espíritu alcoholizante sí nos acompañaría. Luego estaría presente para surgir de la bocina en los momentos difíciles de recuperación emocional. Pero como toda adicción, su efecto irá decayendo con el paso de los años. Ya no seremos los chicos de la embriaguez mágica, (José José viajó tantas veces por entre nuestras venas).


Y nuestro matrimonio no sobreviviría. La necesidad de nuevas historias nos hizo polvo. El príncipe de la canción no grabaría más. No habría quién alimentara la euforia, que poco a poco se iba apagando, y la nueva voz que escuchábamos en la bocina, nos daba agua, de beber.


Supongo que la noticia habrá llegado a Europa: José José ha muerto. El destino quiso que no nos despidiéramos juntos de él. Porque ahora sus historias y su voz han cobrado un nuevo significado en mi vida. No ha recobrado su fuerza. Ya no es euforia. Sus personajes ahora tienen un tinte de… ¡tanta tristeza! Aunque, un día, nos hicieron mucho bien. El buque se ha llevado aquellos tiempos. Ya no ay nada qué esperar. Finalmente, la nave del olvido, ha partido.

El triste no ha muerto
Olga de León

La nave del olvido jamás se lo llevará, vivirá por siempre en los corazones de quienes lo conocieron y escucharon sus canciones, padeciendo con él y con su voz, el dolor, la soledad, mirando el vuelo de la paloma y la lucha de un gavilán que no quiso lastimar a nadie… solo se lastimó a sí mismo, como nadie más pudo hacerlo, ni siquiera con la intención velada o abierta de herirlo y abandonarlo a su suerte.


No sé si por ser mujer, o por qué, sus canciones nunca tuvieron contenido significativo para mí. Solo una, y me fue muy doloroso escucharla, después de ver los ojos brillantes de ilusión y encendidos de pasión al solo oírla en quien por entonces vivía y dormía conmigo. Jamás quizá he dejado de amar a ese hombre, pero ante la sospecha de su entusiasmo por otra mujer, mi amor se apagó y fue de menos a nada.


Siete años no son veinte, ni siquiera quizás hubo amor, solo un poco de fiebre por que los treinta se le iban y entrado ya en los cuarenta, nada le quedaría ni para recordarla. Fui cruel, cobré con creces mi sola sospecha, no sé qué habría hecho de él admitir su infidelidad. Quizás habría sido mejor, pues su agonía y la mía no habrían durado tanto; no, no hasta eternizarse. No hay peor cosa que el engaño, la mentira, así pienso en mi rudeza de juicio, ni siquiera una infidelidad de pocos meses o semanas, habrían calado tan hondo como la mentira latente por la cobardía de no enfrentar el hecho. Pero, Lo pasado, pasado… Y, nada volverá a ser igual.


Una mujer cuando ama, no escatima su amor, puede entregar la vida misma, a cambio de solo recibir un poco de lo mucho que da a quién ama. Una mujer se entrega por completo. Una mujer no pone precio a su amor, no si la mujer es de cuerpo y alma de hechuras en el cielo y, ¡de buena cuna! Una mujer no se parece al amor que se vende ni al que se alquila, una mujer de una pieza y de carne y hueso, no es maniquí, ni almanaque de trastienda.


Puedo cantarle al amor como cualquier hombre, y puedo amar mejor que cualquiera que cree que ama como nunca ni nadie lo ha hecho. Porque mi amor tiene el crisol del cielo que le ha dado con él, el más grande de todos los dones, en la sola posibilidad de amar… de amar como mujer, hermana, hija… y, madre.


Y el as de ases se deshace en una jugada o en una copa de tinto. Que mi amor es tan grande que no me cabe en el pecho; por eso, lo llevo a flor de piel, y quien quiera un poco de él, ha de saber que tendría que ser de otro mundo, porque mi amor no se vende ni al mejor postor, ni al hombre más grande o poderoso sobre la tierra; ni antes ni ahora. Ni en la adolescencia, ni en la juventud, tampoco en la madurez, menos al final del camino, cuando pocos saben hasta dónde puedo amar.


De ahí mi soledad y mi tristeza, de ahí mi identidad con el triste que supo amar, pero no fue amado en igual medida ni forma. Cuánto dolor, cuanta angustia causaron sus tristezas, sus adicciones y sus desatinos, José José no lo quiso, pero hizo tanto bien como daño a los suyos… Y, a sí mismo.


El triste sigue vivo, el triste no ha muerto, está en cada corazón roto, en cada hogar con un dolor en el alma, en cada escucha que amó y dejó de amar con sus cantos, con su voz maravillosa de los primeros años, y con la que le dejó la mala vida de sus triunfos y sus infortunios.


Qué privilegio fue Ser José José y cuánto amor prodigó por el mundo con su canto, con su voz, con su presencia, con su carisma y su humildad de ser íntegro y auténtico, sin dobleces ni Secretos.


A José José
Olga de León

Vivir fue su privilegio.
Amar un don divino.
Que amó intensamente,
ni duda deja su voz y su canto.
No fue príncipe ni rey,
fue un hombre de pie.
Que compartió su vida
y entregó desde el foro
todo cuanto tenía.
José José, por siempre.
José José, antes y ahora.
José José, un legado a la historia
del amor, del romanticismo
y el desamor por sí mismo.
El Triste no ha muerto,
vive por siempre, en los corazones
de aquellos que lo amaron.



« Redacción »