banner edicion impresa

Cultural Más Cultural


Oración ante la cruz de Taizé


Publicación:15-09-2019
++--

Hazme realmente sencillo, como tú, para que entre en la gracia de tu reino, descubriendo sin límites que hay mucha más alegría en darse que en recibir.

Refugiado en esta pequeña y silenciosa iglesia, me abro al reto de mirarte en la cruz, en la de tu vida y mi vida, en la de la historia de la humanidad, en proceso vivo, doloroso y esperanzado. Quiero hoy renovar mi credo, ahí donde confieso que padeciste, fuiste crucificado, muerto y sepultado y que resucitaste al tercer día. Contigo quiero creer que hay muchas historias no cerradas en mi vida, heridas, también en la vida de los otros, en toda la historia de la humanidad. Heridas en el silencio, ocultas y calladas, aparentemente fracasadas. Pero ninguna de ella, me dices tú, olvidadas en tu corazón, porque para ti nada está perdido del todo.


Tú vas recogiendo todo el sufrimiento del mundo y de la humanidad, lo haces propio y te lo cargas sobre tus hombros, te identificas con ese dolor para no olvidarlo. Lo incorporas a tu cuerpo para injertarlo en tu resurrección y hacerle justicia amorosa, para sanarlo y salvarlo, para darle la razón y el sentido. Y, sólo después de glorificado, lo olvidas porque ya es victoria y gloria tuya, es un signo. Los fracasos justificados y glorificados se convierten en tus signos, y dan muestra de tu poder: “tú enjugarás las lágrimas de todos los ojos sufrientes e inocentes de toda la historia”.

En ti, crucificado exaltado, se proclamará la verdad luminosa que saca del olvido y hace justicia a los olvidados y a los desheredados. En tu luz veremos con limpieza de corazón todo lo vivido y amasado por cada hombre en su vivir y por toda la humanidad en el camino de la historia, en medio del mundo. Sólo tu juicio será verdadero y hará verdad la vida, la justificará, iluminará todo y nada quedará en el resquicio de la duda y de la tiniebla, mucho menos de la injusticia sufrida por el inocente.

Tú me invitas a adentrarme en tu mirada divina y amorosa, larga y profunda, de sentido pleno, y me hablas de un reino preparado para todos, desde la creación del mundo, y que estás esperándonos. Tú nos proclamas que en tu cruz tenemos la razón del absoluto para la esperanza en la resurrección y en la vida, razón amorosa que ya nada ni nadie nos podrá quitar, porque tú has resucitado. ¡El crucificado ha resucitado!

Y tu razón de absoluto esperanzado se reviste hoy, para mí, en el hambre y en la desnudez divina encarnada en lo humano, en los crucificados de hoy, en el hambre, la sed, la desnudez, dolor, exclusión, inmigrantes, sin techo, presos… y oigo el clamor profético en la calle: Ecce homo, ecce Deus. Y es ahí, debajo de esa cruz amasada hoy, donde todo signo de familia y de acogida en la humanidad rota se convierte en rayo de luz y vuelve a dar una razón para la esperanza. Toda fraternidad que nace de la cruz y bajo ella apunta eternidad en el amor, en el que es más fuerte que la muerte. Cada vez que se hace un gesto de justicia y fraternidad, entre los caídos, se prolonga la encarnación de nuestro Dios en el amor: “ub cáritas, ibi Deus est”.

Tú me abres la puerta en los necesitados, ahí está el verdadero encuentro contigo. Abre mis ojos para que vea, hazme discípulo que pase por la necesidad, que sienta en mí la desnudez, el hambre, el frío de la humanidad sufriente. Yo aprenda a sufrir por el evangelio y eso me haga feliz y dichoso. Llévame junto a los crucificados de la historia, aliméntame de tu resurrección para que sepa encender la vida y la historia de los otros con chispas de esperanza. Hazme discípulo de tu cruz para que pueda entrar mi mano en tu costado y mis dedos en la señal de tus clavos en mis hermanos. Que encuentre ahí el sentir y el sabor de la gloria y la resurrección para no perder nunca tu esperanza en el fracaso y en la debilidad. Hazme realmente sencillo, como tú, para que entre en la gracia de tu reino, descubriendo sin límites que hay mucha más alegría en darse que en recibir. AMEN.



« Redacción »