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Miradas tras pupilas diferentes


Publicación:11-08-2019
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La observación es el origen de la ciencia y el descubrimiento de la verdad


Regalos y heridas


Carlos A. Ponzio de León

Humberto vio el mensaje a las nueve de la mañana, una vez que llegó a la oficina. Venía mal dormido y con la resaca del alcohol. Entró a su primera junta de trabajo y no podía poner atención en nada más que en su celular y los mensajes que le enviaba la mujer que había conocido un día antes.

Se habían encontrado el domingo a las tres de la tarde en un restaurante de Polanco. Comieron camarones al ajillo y bebieron toda la tarde: Ella, vino y Baileys; él, tequila y cerveza, hasta que la plática terminó a las doce treinta de la noche, con unos cuantos besos en la boca, sin pasión. Subieron al taxi y Humberto acompañó a Gala hasta su casa, al norte, a las afueras de la ciudad. El camino de regreso sería de una hora, así es que Humberto se recargó en el asiento trasero del automóvil y se quedó dormido durante todo el trayecto.


Aquella tarde, Gala y Humberto hablaron sobre los regalos que cada uno había recibido de sus propios padres, durante la niñez y juventud: entre los seis y los dieciocho años de edad. Luego ella intentó convencerlo de que su misión en la vida, era la de cumplir la ley del padre: producir dinero. Pero él le decía que no, que más bien era la de abrir campos para la expresión personal, para que la gente se involucrara en el arte.


Por eso, el lunes que llegó a la oficina, Humberto se sintió asfixiado, sufrió un mareo que casi lo hizo caer al piso: La realidad que enfrentó le propinó un golpe en la mandíbula que lo derrumbó sobre el sillón de su oficina, donde se sintió desencajado.


Descubrió en la bolsa interior de su saco una hoja de papel: las anotaciones del día anterior, con los regalos y las heridas, sus habilidades personales y las sociales, su concepto de amor. Volvió a guardarla como si escondiera el mapa que lo llevaría a descubrir un tesoro. Encendió la computadora y esperó a que la muchacha del aseo terminara sus labores: pasando un trapo encima del escritorio y trapeando casi en seco, el piso laminado de madera.


Cuando se quedó solo, reanudó la conversación con Gala a través del celular: “A veces pienso que estoy desperdiciando mi vida en una oficina”. Dejó pasar unos minutos y escribió de nueva cuenta. “Me gustó el ejercicio que hicimos escribiendo en las hojas, sobre los regalos y las heridas”. “Con cariño”, respondió Gala. Y más adelante: “Tienes una razón para estar en una oficina”.


Humberto sintió el impulso de aceptarlo: que estaba hecho para hacer dinero en la vida. Se recargó sobre el respaldo de su sillón y cerró los ojos: Pensó en una fotografía en blanco y negro: una mujer desnuda, de espaldas, en una posición como el desnudo con alcatraces de Rivera. Pensó en el fuego y en el hielo, en los labios de Gala y el carmesí de los tejados, en el aleteo de una mariposa y el humo blanco de todo aquello que comienza.

Una moneda en el aire


Olga de León

Nunca más se sentiría libre de expresar lo que se le viniera primero a la mente, ni lo que no examinara perfectamente, antes de enviarlo a publicar. Y, sin embargo, no creía poder hacerlo de esta nueva forma, ya que estaría bajo un espejo que no estaba muy segura de que le importara poco, mucho o nada lo que creyera ver y sobre ello opinara… Pero, sí le importaba la forma en que tal opinión podía influir en el criterio de su colega a ratos, y su coautor en otros.


Cecilia no sabía fingir, ni disimular sus sentimientos, podía más o menos controlar sus emociones, cuando así le convenía a ella y, particularmente, a quienes más le importaban: su esposo y sus hijos. No obstante, a veces se olvidaba de tener tales precauciones o, “las echaba por la borda intencionalmente”: he aquí una joya para el interés de una visión que siempre tiene encendido el foco del análisis de la personalidad e intenciones del otro. Realidades de psicólogos, especialmente clínicos, pero igual funciona para cualquiera que haya estudiado psicología.


Sentada entre dos mujeres de interesante personalidad cada una y amigas ambas de su hijo, ese día del Concierto, comprendió tal como lo había vislumbrado, desde unos días antes, que la vida le ofrecía a Patricio una nueva oportunidad para acercarse al amor –por cuarta o quinta ocasión-, con cierta incertidumbre pero pletórico de emoción, como si nunca hubiese dejado de ser adolescente, pero afortunadamente él sabía que no lo era, no era ya el ingenuo de los veinte años ni el de los veintitantos. De algo le habrá servido crecer, madurar, los golpes de la vida, los que otros o él mismo se hubiera propinado en ese andar por los pantanosos caminos de amores no tan claros ni desinteresados. Y, ¡volvieron las luces y las estrellas y los rayos y truenos a iluminar su cielo!, sí.


¡Que sea para su dicha y su fortuna… aun pasajera, fortuita. Y, si esta también engañosa resultara, que pronto despierte de la ensoñación! Nadie merecemos confundirnos con Cupido más de tres veces; y, sin embargo....


Patricio halló su felicidad hace varios años y la lleva por doquier con él mismo, en su cerebro y su corazón; esa nadie se la puede arrebatar, sin que a él le cueste la vida. Y su vida es una de las que más me importan. El destino tendría que entenderse conmigo, esta vez. Decía y repetía la mujer, como si con decirlo pudiera infundirle miedo a quien contra el hijo atentara, una vez más. Nada sucedió.


Patricio vivió muchos años, felizmente enamorado. Y su música resonó segura, firme y dulce a la vez. El amor ha de propiciar la apertura a la creación y la creatividad; o no es amor.

Clichés, fórmulas y mentiras


Olga de León

La pajarita iba y venía trayendo en su piquito alimento para los polluelos. Se alejaba del nido para ir a donde ella ya sabía que encontraría lo propicio para alimentar a sus tres recién nacidos. Ellos solo piaban y abrían su pico para que el de la madre les introdujera algún pedacito de lombriz o de hoja fresca.
El nido de las golondrinas estaba en el techo de la cochera donde vive mi hija. Ella, como antes la abuelita, las cuida y protege permitiendo que allí sigan, aunque los excrementos caigan encima de su camioneta. Ha colocado un gran pedazo de cartón que renueva cada que ya es demasiado lo que lo mantiene sucio.


Esa tarde-noche, cuando llegué para darle un abrazo antes de que saliera de la ciudad y se fuera de viaje con una gran amiga y maestra, pues acudiría a un curso de ballet como invitada, y la amiga sería quien lo impartiría, me quedé unos minutos observando la rutina de las golondrinas grandes, hembra y macho. Ambos iban en busca de alimento, pero era la madre quien más se los proporcionaba a los polluelos.


Cuando se ven estas sencillas acciones en los animalitos, no se puede dejar de pensar en que el sentimiento maternal y paternal es insuperable y nato, más en la mujer. Hasta que sabemos de casos, esporádicos pero reales, de madres o padres desalmados que, perteneciendo a la especie de los humanos, no merecen ser consideradas como tales. Y, a pesar de que no quisiera dar crédito al dicho de que alguna razón, por sin razón que sea, tendrán las mujeres que no son lo que de una madre siempre se espera para sus hijos, sé que así es; por ello no debemos juzgar, y menos a la ligera, las acciones por incomprensibles que nos parezcan, de algunas madres… y padres, también.


Educación es amor y con amor se enseña. Quienes poca o ninguna educación han recibido en su vida, y son de los mejores padres que un hijo puede tener, merecen todo nuestro reconocimiento. “El hijo ha de superar al padre”, se dice con frecuencia, y así debería ser; sin que lo educado del hijo deba volverse un obstáculo para amar y respetar a sus padres siempre, por humildes e ignorantes que pudieran ser ante la educación que el hijo sí recibió.
“La letra con sangre entra”, esta es una enorme mentira, salvo que se la haya escuchado en la Edad Media… Y, quién sabe, no lo creo. “Cuanto más alto sea el vuelo, más dolorosa será la caída”: ¿Será? Casi siempre, así es.


“La mirada como el lenguaje corporal, no engañan…” Salvo que el enamorado esté ciego… y sí, el amor por lo regular es ciego… hasta que la luz de la verdad lo ilumina… Y esta, tarde o temprano, llega. “Vivamos mucho, escribamos más y no dejemos de observar”. La observación es el origen de la ciencia y el descubrimiento de la verdad.



« Redacción »