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Enséñanos a contar nuestros días


Publicación:04-08-2019
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El Evangelio de hoy contiene una clara recomendación de Jesús: “Mirad y guardaos de toda codicia”

El Evangelio de hoy contiene una clara recomendación de Jesús: “Mirad y guardaos de toda codicia”. El contexto en que está dicha le confiere mayor énfasis. Jesús hace esa recomendación respondiendo al litigio entre dos hermanos por la repartición de la herencia. La codicia de ambos era más fuerte que el amor fraterno.

Jesús sigue explicando por qué hay que guardarse de la codicia: “Porque aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes”. La vida del ser humano dura en la tierra, no en proporción a los bienes que se posean, sino cuanto ha dispuesto el que nos la ha dado: Dios. “Yo doy la muerte, yo doy la vida” (Dt 32,39). Cada uno viene a la existencia, porque Dios lo creó y a cada uno se la concede un espacio de tiempo en esta tierra que sólo Dios conoce. Invitándonos al abandono en la Providencia divina, Jesús pregunta: “Quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un codo a la medida de su vida?” (Lc 12,25). Nosotros podemos decir con cierta certeza: “Los años de nuestra vida son unos setenta, u ochenta, si hay vigor” (Sal 90,10). En este cómputo no influye para nada la cantidad de bienes que se posee. La descripción del Salmo es la misma para todos: “Son como la hierba: por la mañana brota y florece, por la tarde se amustia y se seca” (Sal 90,5-6). Por eso el mismo Salmo dirige a Dios esta oración: “Enséñanos a contar nuestros días, para que entre la sabiduría en nuestro corazón” (Sal 90,12).

Jesús rehusó intervenir en el litigio entre los hermanos; pero, por medio de una parábola, presentó el caso de un hombre cuya vida no se vio prolongada por sus muchos bienes. Sus campos dieron mucho fruto y acumuló una gran riqueza. Entonces calculó: “Tienes bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”. Pero “no sabe contar sus días”, porque hace proyectos para “muchos años” y su vida iba a durar sólo un día. Por no saber contar sus días, su corazón carece de sabiduría y esto lo lleva a hacer proyectos errados y vanos. Lo contrario a la sabiduría es la necedad. Eso es lo que Dios lo llama: “Necio”. Y explica por qué: “Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”.

Alguien podría pensar: yo no estoy en el caso del hombre de la parábola, porque no tengo campos que den tanta cosecha, ni graneros, ni nada que se parezca. Pero Jesús concluye con una enseñanza para todos: “Así es el que atesora para sí, y no se enriquece en orden a Dios”. El que atesora para sí, de cualquier manera que sea, es como el hombre de la parábola: un necio. El que se enriquece en orden a Dios, es decir, el que cumple las recomendaciones de Jesús sobre las riquezas: “Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en el cielo...” (Lc 12,33), éste es sabio.

No sabemos cómo reaccionaron los hermanos. Pero la enseñanza de Jesús sobre estos litigios está formulada también en otra forma: “Al que te quiera quitar manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames” (Lc 6,29-30). Si estos hermanos son verdaderamente discípulos de Jesús, cada uno debería reaccionar esmerándose por dejar toda la herencia al otro.



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